Sunday, September 26, 2004

V La casa nueva

Cuando llegamos a esta casa, la colonia estaba desierta, los cerros estaban despejados y verdes, tanto, que en vacaciones de verano, nos gustaba subirlo en las mañanas, pero solo hasta La roca madre, una enorme bola de piedra justo en la punta del cerro menor. Pararse sobre ella, era equivalente a sentirse dios y hormiga al mismo tiempo, el viento golpeaba con tal fuerza que uno tenía que flexionar un poco las rodillas para saber que no saldría volando, al tiempo de sentirse poderoso en las alturas, por encima de todo. En tiempo de lluvias crecía La chocolata, lugar que utilizaban los renacuajos para nacer desesperados a ocultarse, mientras se iban metamorfoseando lentamente. A fin de cuentas, el caso no era solo haber cambiado de casa sino de vida, ¿qué diferencia puede encontrar un niño entre correr en un basurero buscando cochecitos sin llantas y muñecos sin brazos, a correr sobre pasto y buscar renacuajos y ranas en un charco de lodo?, la diferencia, la sabía entonces, “no se busca, se encuentra”. Aunque esa lección la olvidase después de unos años, para volver a entenderlo ahora, después de unos cuantos golpes en la frente.

Estaba a punto cumplir los siete años cuando nos mudamos aquí, edad, en la que mis padres creyeron prudente bautizarme, ya que, siendo de una familia de católicos y, ya que Dios nos había ayudado tanto, no podía quedarme al margen, la cuestión es, que mi bautizo fue a la vez confirmación y comunión, había que aprovechar la fiesta y evitar gastos, por lo que de un mismo jalón, bautizaron, confirmaron y procuraron la comunión, también, para mis dos hermanas mayores. Pero no sólo eso, se debía aprovechar la fiesta al máximo, así que mi madre hizo la comunión también. Hubiera sido poco prudente, no aprovechar la fiestísima, para que mis padres se casaran por la iglesia al mismo tiempo, así que fue también, una hermosa boda. La misa, por supuesto fue una cosa eterna, porque tantas cosas eran suficientes para repartirse por lo menos en tres misas, cosa que no sucedió. Antes de todo eso, solíamos ir a misa todos los domingos, misa que yo odiaba, porque tenía que levantarme antes de las siete de la mañana, nunca me gustó levantarme temprano, aunque en aquel entonces, por lo menos tenía el hábito, ya que, cuando vivimos en casa de la abuela teníamos que levantarnos a las cinco para poder llegar a tiempo a la primaria, cuando la entrada era a las ocho. Las misas de los domingos, mi padre solía verse como burgués, en ese entonces, ya tenía la costumbre del dinero, por lo que le gustaba siempre quedar bien, el diezmo que él entregaba, era, yo creo, tanto como el gasto de la casa, en una semana, quizá, él pensara que era preferible quedar bien con Dios que con sus hijos, o quizá, simplemente trataba de sobornar a Dios para que no le recriminara que siendo un mujeriego, tuviera el descaro suficiente como para casarse en la iglesia, eso no lo sé, ni siquiera es asunto mío, él hizo su vida. Cada cuál la suya. La fiesta, hubiera sido una perfecta fiesta de pueblo, claro, si no hubiera sido en esta casa tan pequeña, porque para entonces la familia tenía familiares y amigos, la misa estaba atascada de gente. –¿Por qué ahora somos tan pocos?– Y aunque la casa, también se llenó de gente, estaba claro que muchos de los invitados a la misa, no fueron invitados a la fiesta.

El chistecito de la comunión, me costó un poco de la fe que yo hubiera podido tener, porque, para que usted se dé una idea, mi madre, en su empeño de hacernos los más creyentes y santos de un día a otro, se desesperaba pronto de que no nos pudiéramos aprender el catecismo, por lo que se ayudó de métodos que pensaba infalibles, por supuesto fallaron tanto, que ahora ni siquiera recuerdo en qué palabras versa el dichoso catecismo. Sus técnicas avanzadas de aprendizaje eran, colocarnos de rodillas con los brazos abiertos como cristo, pero con un ladrillo en cada mano, sin poder bajarlo hasta que repitiéramos de memoria el recital ese. Mis amigos jugaban en la calle. Yo, memorizaba las palabras dictadas por el catolicismo. “Dios castiga a los pecadores, pero más castiga a los burros por no aprenderse sus palabras”. En esos momentos educativos, ni mi madre, ni nosotros, sabíamos que la misa sería tan larga, que el padre no tendría la menor intención de hacernos una sola pregunta. Finalmente, era como haber exentado una materia en la escuela, estudiar mucho, para no hacer examen. Me convertí en católico.

Cuidar el jardín era mi obligación, tenía que barrer y lavar las piedras de la entrada, cuidar las flores, arrimarles tierra, cortar el pasto, regar las plantas… Aunque al principio odiaba esa actividad, después me sentía orgulloso cada vez que felicitaban a mi madre por tener el jardín más bello de la colonia, las vecinas, se morían de la envidia, no solamente no tenían un jardín, sino que, de tenerlo no tendrían quién se los cuidase y mantuviera tan bello como el de mi casa. Independientemente de que a mí nunca me gustaron, estaba llenísimo de rosas, aprendí a no espinarme mientras les quitaba sus hojas secas. –¿que si esto es un simbolismo?–, por supuesto, todo en mi vida fue simbolismos.

La infancia se me iba pensando en Erica, suspirando por las cosas que nunca me decía pero yo inventaba, suspirando por los soliloquios que sostenía con su fantasma, hábito, del que nunca he podido desprenderme… hablo sólo todo el tiempo. En la escuela, cuando ella estaba, mis palabras simplemente se escapaban fuera del alcance de mi razón, cosa, por la cual nunca le dije nada, siempre le amé de lejos. –Ja, ja– el día de la graduación, en la fiesta, ella me sacó a bailar… nunca lo hubiera imaginado, ella se había acercado, después de los largos seis años que mantuve mi amor lleno de silencios, por primera vez, por última, a estar un instante, solo un instante, únicamente conmigo. Era tanto para mí, que no pude sino pensar que se trataba de una broma de la que no me haría partícipe, simplemente porque no quería despedirme de ella, desde el fondo de la humillación. Para cuando estábamos en tercer grado, yo moría de preocupación, solo de pensar que ella fuera a estudiar en otra escuela que no fuese la misma en la que yo estuviera. Niño, era un niño, con un amor tan puro, como solamente un niño de esa edad puede concebir.

El primer amigo que tuve en la colonia, era un niño dos años menor que yo, es decir, él tenía cinco. Jorgito, tocayo mío, hijo de una vecina que vivía a tres casas de la mía. Los terrenos baldíos como el que había frente a mi casa, se llenaban de toda clase de hierbas, chapulines, arañas y miles de girasoles. Yo jugaba más a cuidar a Jorgito que a jugar de verdad, aunque fracasara en mi juego, porque una tarde en la que habíamos decidido cortar girasoles para llevárselos a nuestras respectivas mamás, el se atravesó la calle en cuanto hube cortado el primero, lo dejó en mi jardín, volvió a atravesar la calle… nunca llegó al otro extremo. La camioneta azul que pasó encima de él, nunca se detuvo, –¡Mamáaaa!, ¡Jorgiiiito!– Mi madre me metió a la casa, mientras llorando a lágrima viva y desesperación y poco entendimiento, fue a dar aviso a la mamá de Jorgito, que habían atropellado a su hijo. Yo no entendía aún lo que era la muerte, hasta ese día. Mi amigo, había muerto.

La colonia se llenó de topes enormes, de comités de seguridad, de vigilancia, pero Jorgito nunca volvió a jugar conmigo, sólo vino a volver loca a su mamá, porque ella no dejaba de verlo en cada rincón de la casa, de tal modo que tuvieron que mudarse de ahí. La señora nunca me perdonó no haber sido yo el que se atravesara a dejar el girasol, me veía con rencor y aunque los demás la disculpaban por esas cosas, diciendo que estaba trastornada por la pérdida de su hijo, yo nunca me lo perdoné tampoco a mí mismo. No pude borrar nunca, la imagen del zapato que salió volando en el momento del accidente.

Mis hermanas empezaron a tener sus amiguitas también, niñas con las que yo igual convivía, pronto comencé a jugar más los juegos de las niñas porque solo tuve hermanas, cosa que me dejó los juegos de la casita, las Barbies y Ken, el doctor, los monitos de papel, la tina de agua para resbalar desde la entrada de la casa hasta la reja, bañarse con las niñas… Luego vinieron Los Amos del Universo a rescatarme, aunque el Castillo Grayskull me duró únicamente una semana gracias a que la tarde en que lo dejé por unos instantes en el jardín, se lo robaron. Esa tarde, luego de siete días de la llegada de los reyes, yo buscaba el Castillo, hasta debajo de la cama, cuando sabía perfectamente que no estaba ahí, no podía concebir que mi castillo hubiera desaparecido. En el closet, no estaba. No entendía, por qué no lo encontraba. En el horno, no estaba. ¿Quién pudo habérselo llevado?. En el refri, no estaba. ¡Mi castillo!. En el jardín… ya no estaba.

Encontré nuevos amigos, niños, con los que pude poner en práctica mis tan bien estudiadas reglas de batalla, brincábamos entre la tierra, entre las hierbas y las arañas y los girasoles. Cada objeto podía ser una bomba, cada piedra una trampa, cada flor un cuartel, cada uno de nosotros un comandante, claro, después de pasar las pruebas correspondientes, suficientes, para ser el líder.

A veces, escucho decir a la gente que cómo quisiera volver a ser niño simplemente porque no tenía preocupaciones, quizá sean entonces demasiado viejos para haber olvidado que la niñez tiene sus preocupaciones y sus cosas serias. Yo por ejemplo, que tenía mis existencialismos desde los nueve, cosa que ya le había contado, pero lo que no le había dicho, es que parte de ello, era porque mi hermana la mayor no me quería, o por lo menos no demostraba ninguna clase de cariño, por el contrario, me arrastraba de los cabellos por toda la casa cada que tenía oportunidad de lucirse frente a sus amigas. Nunca le guardé rencor por eso, por el contrario, solo me preguntaba ¿por qué tenían que ser así las cosas?, ¿por qué yo era ten feo?, ¿por qué mi hermana no me quería? ¿Por qué Erica no estaba a mi lado? ¿Por qué me sentía como extraño? ¿Por qué me sentía como niño adoptado? ¿Quién soy yo? ¿A qué vine a este mundo?.

¿No le había dicho que Erica y usted podrían tener parecido en los rasgos? Probablemente, sean solo cosas que como con el cuento, trato de ajustar un poco, no lo niego, puede ser que la razón me juegue trucos como toda la vida, porque para serle y serme sincero tendría usted más parecido a Leticia, mi amor de la secundaria, pero la secuencia sería otra si tratara de explicar las señales en una cronología lógica. En pre-primaria, con cuatro años de edad, apareció Erica en mi vida, sería la persona más parecida a usted en el entorno en que me desenvolvía. Porque cuando pasamos a secundaria, Erica fue a la misma escuela que yo, sin embargo, apareció Leticia y ella, entonces, ocupó mi cabeza por los siguientes tres años. Erica, pasó a la historia como mi primer amor inalcanzable. Leticia, el segundo. Y usted, mientras, vivía su escuela primaria, también buscando el amor, y siendo el amor inalcanzable de alguien.

A fin de cuentas, la niñez está llena igual de seriedades que los adultos son incapaces de comprender. Los adultos creen, que toda la seriedad les pertenece, que todo es el dinero y el carro y la casa y los pagarés y los recibos, las cuentas bancarias y las secretarias, los pleitos familiares y la cena de fin de año. Ignoran, a toda costa ignoran, que los niños poseen más verdades que ellos, y preocupaciones más genuinas. Mi niñez no fue distinta a otras, supongo, quiero suponer que así fue. Pronto aprendí a ser también adulto, porque mi padre se empeñaba en vestirme como un señor pero chiquito, de vestir, con camisita, pantaloncito, con zapatos lustrados, con cinturón de hebilla. Hablar con los señores de la casa, los gastos y la crisis.

Mis vacaciones, aparte de las excursiones al cerro y La roca madre, se me iban en labores de la casa, reparar los contactos eléctricos, lavar la azotea, el tinaco, pintar las paredes, arreglar las piedras del patio para que no fuesen resbalosas.

Así que a los nueve años, estaba preparado para enfrentar la sociedad y sus problemas, razón por la cual, comencé a buscar trabajo, a los diez, fui empleado en una tienda, de la cual no querían que me fuera, claro, porque yo era tan enano aún que podía meterme completo al refrigerador de las carnes frías y lavarlo perfectamente desde dentro (empezaba a tener sentido el entrenamiento de batalla). Acomodar las frutas y verduras, acomodar los refrescos, ir a comprar las tortillas para luego envolverlas en paquetes de docena, lavar el piso y en fin, mil cosas, por la cantidad de tres mil quinientos pesos al día, cantidad que ahora, después de la conversión a nuevos pesos, y la devaluación, sería equivalente a treinta y cinco pesos.

Decidí independizarme, no me gustaba tener a gente sobre mí dando órdenes, ¿aja?, compré bolsas de dulces y paquetes de tamarindos que vendía entre los vecinos y los amigos y amigas de mis hermanas, el negocio prosperaba, hasta que vino la competencia. La mamá envidiosa de un amigo mío, invirtió en un negocio similar para su hijo, yo no contaba con inversión externa, solo con mi dinero, él tenía ventajas, porque su madre compraba dulces americanos y más sofisticados. Ni los chicharrones salvaron mi negocio. Primer empresa que quebré en la vida y no la única por cierto.

Tenía que capitalizarme, moverme a otros mercados, incursionar en nuevas mercancías, así que vendí, cosméticos, fantasía, utensilios de cocina, porquerías y hasta brassieres por catálogo a las señoras. Negocio que no duró mucho porque a la gente le gusta hacerse pendeja a la hora de pagar. No obstante probé también con la joyería, negocio en el que me fue mejor porque hasta la mamá envidiosa del amigo compró algunos dijes de plata, otras señoras compraron anillos con esmeraldas, y muchas personas más, aretes y anillos de circonia. El negocio, igual, terminó cuando un anillo se perdió y entonces el señor joyero, no me prestó más mercancía. Volví a ser empleado, en una tienda, luego en una paletería, lugar de donde me corrieron pensando que yo me robaba el dinero, cuando lo que sucedió era que la niña que estaba de encargada, aprovechaba cada vez que entraba alguien nuevo para robar con descaro y echar la culpa al nuevo, esto lo comprendí el día que me corrieron porque el dueño, me dijo “quiero hablar contigo”, “dígame”, “no puedes estar robándole a la gente, sin que ésta no se dé cuenta”, “no entiendo”, “lo menos que puedes hacer, es reconocer tus errores” “pero yo no hice nada”, “hoy es tu último día”. No me gusta tener a gente sobre mí dando órdenes.

Diez años, once, y yo era tachado de ratero, simplemente por ser honesto, y por no entender aún las trampas de los adultos. ¡Maldita sea!. El mundo es muy complejo.

Durante todo ese tiempo, mi madre había pasado por periodos diversos. Alcoholismo, depresión, trastorno de la personalidad. Cosas, que no entendí sino cuando crecí un poco más.

Monday, September 20, 2004

IV La mujer que vuela

Al despertar

Cuando niño, leía un cuento contenido en un libro de la primaria, un niño relataba cómo veía él las transformaciones de las nubes, cómo, unas formas mutaban a otras. Una nube, con forma de tortuga se convertía en conejo, de conejo a gigante, de gigante a mariposa, de mariposa a dragón, etcétera. Lo importante de ello, es que recuerdo un día en que lo repasaba porque era mi favorito, claro, casi de los únicos que había leído. Salí a la calle, busqué las nubes, repasé la página… primero la tortuga, entonces vi las nubes y encontré la tortuga, ahí estaba, así como el conejo y el gigante, la mariposa y el dragón, por supuesto muchas veces o todas, tuve que inventarle a cada uno, una forma nueva para que pudiera tener la secuencia que describía el libro. Forcé la realidad, porque así tenía que ser, así decía el cuento, no había posibilidad de que no fuera de ese modo. Eso, lo recuerdo con tristeza, porque para mí existió tanto la tortuga, como la mariposa, como todo lo demás. Probablemente, en ese momento me construí una estructura de pensamiento, ¡Yo puedo moldear el mundo! me gustó tener ese poder. El poder de transformar a mi satisfacción este mundo, el poder de pensar algo y hacer que suceda solo por haberlo pensado. No lo sé, pero al día siguiente al primer ensueño, yo desperté con una sensación que jamás en la vida había experimentado. Mezcla entre vacío, desesperación, alegría, amor… sí, amor… porque debe saber usted, que yo desperté terriblemente enamorado, un amor como jamás habría creído posible, un amor enfermizo, un amor que no permitía excusas, un amor que se desbordaba de sí mismo. ¡Debía encontrar a la mujer que apareció en mi sueño. Era hora de utilizar nuevamente mis poderes, debía mantenerle viva en el pensamiento, hasta que se hiciera presente!. Finalmente, no era difícil, no podía dejar de pensar en ella… ella era todo.

Finalmente el rostro que guardé de aquél primer encuentro, se fue haciendo cada vez más lejano, podía mutar, podía ir modificándose cada vez que repasaba el recuerdo, sin embargo, conservo un archivo de respaldo que contiene una imagen borrosa, casi sin alteraciones, y otros veinte mil con cambios que sufría la imagen cada vez.

El mundo se transformó de un día a otro, cuando me acosté aquella noche era uno, cuando me levanté… otro. Por lo menos, tengo la certeza de que a partir de esa mañana, jamás pude volver a ser el mismo, un ensueño que no pudo sino presentarse en circunstancias muy específicas, cambió mis pasos. Había que pensar rápido, debía hacer algo… Pero ¿qué?

Aunque traté de seguir la vida con el mismo sentido común, no podía, independientemente de que mi sentido común no era todavía tan común para la vida norteamericana. Razón por la cual comencé a sentirme más ajeno, más intruso. Para entonces yo era un hombrecito muy trabajador, podían encargarme trabajos a mí sólo, como en aquella ocasión en casa del guatemalteco. Un hombre honesto, sencillo, que reconocía en mí, parte de su propia juventud en la que él mismo había sido inmigrante. Él trataba de hacerme el trabajo ameno, con plática, el almuerzo, algunas lecciones de inglés, aunque me dejaba hacer sólo el trabajo, es decir, él estaba pagando por ello. El padre de mi cuñado había conseguido ese trabajo, decidió dármelo a mí porque en esos días él y uno de sus hijos, las personas con las que yo trabajaba, tenían un trabajo sin terminar y no podían detenerlo por este trabajo urgente. Ahí estaba yo, montando mis andamios, colgándome de las cuerdas, subiendo, bajando, atravesando la casa de un lado a otro hasta que la dejé limpia, porque el trabajo consistía en lavar las paredes de la casa por fuera. Allá, no sé por qué razón, las casas se van poniendo negras, y la única manera de hacerlas lucir bien nuevamente es lavándolas, claro, cuando no están pintadas. El método es sencillo, se prepara una porción de ácido nosequé, con otra de agua, se va aplicando con un cepillo, mismo que va masajeando las paredes, y después le dispara con una pistola que lanza agua con tal fuerza que si uno atraviesa la mano fácilmente le manda al hospital, claro, es mucho más grave cuando lo que dispara es agua mezclada con arena, porque, para que se dé una idea, si deja un minuto la presión sobre un ladrillo, éste último es perforado. El caso es que el guatemalteco hacía planes para conmigo, quería llevarme a trabajar a no sé qué lugar con él, porque le parecía impresionante que un chamaco tan pequeño y tan ñango tuviera las agallas para realizar esos trabajos a los que poca gente se atreve por el nivel de riesgo. Por supuesto, nunca, mas que esa ocasión, trabajé con él, yo ya tenía contrato en otra compañía, “Contratistas Ren y Stimpy”.

Los días venían con un aroma extraño, la nostalgia y la soledad se respiraban en cada hoja que había en el suelo, por supuesto había demasiadas, porque el otoño allá, sí es como en las caricaturas, los árboles se quedan pelones; la gente compra unas bolsas enormes de plástico naranja con rayitas, que llenan con las hojas que se caen de los árboles de sus patios, esa basura se convierte en falsas calabazas enormes, preparadas para relucir en halloween. El sol rojizo se prolonga por las tardes, el aire se vuelve frío, el ambiente solemne. Todo, era un retrato de mi interior, donde mis hojas muertas estaban listas para ser basura, mi alma se sentía en un ocaso permanente, mi soledad encontraba en todo el ambiente olor a mandarina.

En la primaria, cuando estaba enamorado de Erica, escribía pequeñas cosas, como, “Pienso en ti, sueño en ti”; era mi forma de hacerla presente, esos papelitos en donde anotaba esas palabras, estaban hechos bola en la bolsa de mi pantalón. Cumplían su función, los escondía, después ya no podía encontrarlos. A veces volví a hacer anotaciones, pero siempre lo escondí y nunca nadie, ni yo mismo pudo encontrar nada. Siempre que escribí, lo hice por la necesidad de expresar. La mañana siguiente al primer ensueño, dicha necesidad regresó con tal intensidad, que me puse a escribir nuevamente, cosa que no he dejado de hacer desde entonces. Primero el sueño, luego el sentimiento, luego, los primeros intentos de poesía. ¿Sabe usted qué es lo más curioso del asunto?, nunca antes de todo ello había leído poesía. Empecé a escribir antes de aprender a leer… ese fue, y no otro, el primer cambio que la mujer del ensueño provocó en mi vida.

Las tardes, cada vez más cortas, seguían siendo el deambular por las calles, aunque ahora, sólo pensaba ¿Cómo la encuentro?, ¿Dónde la busco?

En México, mi madre y mi padre sufrían, querían mandarme dinero para que yo me comprara chamarras, y ropa, lo absurdo de este asunto es que yo me había ido para hacer lo contrario, yo enviar dinero, pero como mi padre estaba ya en casa, digamos que ignoré un poquito esa razón que se había vuelto solo un pretexto. Ellos sabían que el clima cada día era más frío, y era verdad, un día, al despertar, salí al patio y había una cubeta llena de agua que estaba completamente hecha hielo. Mi padre pensaba que yo la estaba pasando mal, envejeció mucho esos días de puro remordimiento, porque se atribuía la culpabilidad de que yo estuviera atravesando por esas cosas tan jocosas, pero el punto era, que no estaba tan mal como ellos suponían. El caso es que pensaban que si yo les decía, “no, no se preocupen, yo estoy bien”, era sólo para calmarlos, disfrazando el “no se preocupen” con “el estoy bien”. A fin de cuentas, pasé por cosas duras, sí, pero ninguna de la que me arrepienta, ninguna innecesaria. Había aprendido a valerme por mí mismo, había encontrado la otra cara de la moneda. “La vida no es sencilla, todo cuesta” como mi padre decía. Estaba bien, y a parte de todo había encontrado un camino qué seguir. La vida, a penas se me presentaba enfrente, debía atreverme a abrir bien los ojos a fin de que no pudiera engañarme, a fin de que no hubiera lugar a dudas de que era la vida la que se presentaba enfrente. Había encontrado una razón a mi vida, ¡encontrarle!.


Tal vez, fuesen muchos factores los que me llevaron a la conclusión de que mi estancia en el extranjero había llegado a su final. El invierno estaba por comenzar. El trabajo de la construcción es imposible en invierno, las últimas ocasiones de trabajo de construcción tenía que usar doble pantalón, cubrirme la cabeza y cara con alguna prenda, porque el frío de allá no es un frío que lo haga tiritar a uno, sino, solo sentir que se quema y ponerse morado, la temporada del trabajo había concluido. Razón por la cual, me vi en la necesidad de buscar trabajo en una fábrica, algo así como de obrero, lo era, pero tenía como un ángel cuidando mis pasos, porque a la primer entrevista de trabajo lo conseguí, para lo cual tuve que falsificarme unos documentos. Cosa que me costó nada menos que cien dólares… pero yo feliz porque con mis dieciséis años, ya tenía mi ID y mi número de seguro social, que escupían lo falso por todos lados, pero ID a fin de cuentas, papeles, a fin de cuentas. La fábrica era de video juegos y máquinas de Pin Ball, y mi trabajo consistía en jugar en éstas últimas, ¡trabajo que no me costaba trabajo, por supuesto! Pero mire lo absurdo del asunto, yo me sentía mal porque me pagaran por estar jugando, cuando me pedían que yo jugara cinco minutos en cada máquina, yo lo hacía en tres, porque sentía que me observaban y pensaban “ese chamaco solo se la pasa jugando”, y decía, ¿qué más hago? – “sigue jugando” – “si, ya jugué” – “sigue jugando”– “ok”… mi “ok” de resignación por supuesto, aunque no dejara yo de sentirme inútil. Por supuesto, nadie se tomó la molestia de explicarme de qué trataba mi trabajo, y el punto es que para cuando lo descubrí ya era demasiado tarde porque, efectivamente me observaban todo el tiempo, pero lo que pensaban era “este huevón ni siquiera probar las máquinas quiere”, mi trabajo era de Control de Calidad, si algo no funcionaba, le avisaba a los técnicos, cuando le arreglaban lo que fallaba, volvía a probarlas, cuando ya estaban bien, les ponía sus “stickers” de “Insert Coin” y listo. Pero ya había causado mala imagen, así que no duré mucho tiempo en aquel trabajo.

La razón que yo había concebido hacía tiempo era que a la mujer del ensueño, no habría de encontrarle en ese lugar sino en mi patria. Simplemente lo sabía, era hora de regresar, aunque no podía hacerlo así, de un día a otro, porque aún debía un poco del dinero que me habían prestado para poder ir allá. A parte de mi falta de trabajo, mi hermana viajaría a México… Cosas que solo reforzaron la determinación que ya había tomado. Mi estancia ahí, ya no tenía sentido.

¡Estaba listo para regresar! ¡Listo para comenzar la búsqueda!

La mañana que comenzó a caer la nieve, me dirigía al aeropuerto.

Tuesday, September 14, 2004

III Enero del 82

Probablemente el orden no sea exacto, pero no importa porque finalmente las cosas sucedieron, y en este aspecto el orden de los factores no altera el producto. La mudanza hacia ese lugar remoto sucedió con una serie de contratiempos, las camionetas de mi padre eran las que utilizaba en su negocio, él se dedicaba a la carpintería y ebanistería, solo muebles finos y obras grandes en el caso de la carpintería, en ese entonces también tenía la fábrica de juguetes de madera aunque no sé cuántos años después la perdió por mala administración, desde entonces mi madre tiene la convicción de que las sociedades no llevan nunca a nada bueno, claro, no podía pensar otra cosa después de ver que el socio era quien se quedaba con la fábrica. Mi padre tuvo mucho dinero en alguna época de su vida, tuvo la buena y mala suerte de sacarse la lotería, el premio grande, le pegó al gordo, ¿sabe usted lo que le hace el dinero a la gente? la transforma. Él había salido de Tampico desde muy pequeño porque tenía encima la responsabilidad de su familia después de que muriera su madre, parte de su familia era gente sencilla sin embargo había otra parte que mas bien era mamoncilla, él originalmente era del lado de la sencilla hasta que se sacó la lotería porque entonces ninguna parte le merecía, la parte sencilla se le hizo de plano de pobretones y la otra le parecía tal vez a penas clasemediera. Él era mucho más que cualquiera de su propia familia y quizá pensara que mucho más que cualquiera, pero en ese entonces tal vez tendría unos veinticinco o treinta años y no sabía, por supuesto, lo que le deparaba la vida. Su taller siempre estuvo junto a la casa donde vivía su esposa, razón por la cual sus fugas a la casa donde estaba mi madre eran pocas, y , aunque después se fueran volviendo más frecuentes esa era la razón por la cual no estaba muy pendiente de los pagos y razón por la cual mis reyes magos eran tan mezquinos, claro, porque para entonces yo tenía un medio hermano que había, a su vez tenido un hijo el mismo pinche año en que yo nací, el mismo que fue mi compañero en la secundaria, lo que significa que los reyes le llevaban los cochecitos más modernos a mi medio sobrino cuando a mi me llevaban unos vochitos de plástico barato y de colores bien estridentes que vendían en el mercado en una bolsita con seis de estos, y a parte de todo, los tenía que compartir con mis hermanas, y lo mismo fue con los luchadores. No recuerdo si el caso era turnárnoslos o si alguno de esos juguetes lo tuvimos como completamente propio, pero bueno, eso fue en los reyes del 82, justo cuando nos mudábamos. Lo recuerdo porque nos dirigíamos hacia el nuevo hogar de pestilencias y en el carro mientras mis hermanas y yo nos repartíamos los nuevos vochos, mis padres adelante peleaban precisamente porque él nos había comprado puras porquerías, yo no sé qué tan indignada estaba mi madre o si además peleaban por otras cosas, pero hubo un momento en que él le gritó a ella que se bajará del coche, se detuvo así nomás, apagó el auto y se bajó en gesto amenazador de ir a sacarla por el otro lado, por supuesto ella rehusaba bajarse, y fue tal su desesperación que cuando él iba por la parte de atrás, ella desde su lugar le dio vuelta a la llave y el auto se encendió y él regresó al volante espantadísimo de que a ella se le ocurriera dejarlo ahí, además ella ni sabía manejar. Siguieron gritando y todas esas cosas que los adultos hacen cuando están enojados, nosotros jugábamos atrás en nuestro mundo de los niños sin entender ni pío de lo que estaba pasando.

Un año antes, los reyes del 81 me trajeron una camioneta enorme, de plástico también, que venía en una caja, misma en la que me metí ese día a llorar de abandonado porque mi madre tuvo que ir a una junta de la escuela de mis hermanas, supongo que era por problemas de las colegiaturas porque en 6 de enero una junta es cosa mas bien extraña, pero yo no tenía idea de esos protocolos y solo pensaba que como en mi sueño, mi madre se había ido con mis hermanas y no volvería nunca… claro… ella volvió.

La mudanza, entonces, tuvo que ser un poco obligada e incómoda, sus camionetas del trabajo no podían sino escaparse porque en el taller también trabajaba el medio hermano que ya había mencionado, éste siempre estuvo pegado a mi padre, tanto, que cuando lo conocí, que fue cuando mi padre estuvo hospitalizado por el paro respiratorio y el posterior aneurisma, mi medio hermano era casi idéntico a mi padre, vestía igual, tenía el mismo bigotito, los mismos ademanes y gestos, en fin, era una réplica, digamos, un poco imperfecta. La sacada de los muebles y objetos y recuerdos fue más que rápida, lo mismo, cargar las camionetas, por tal razón tuvimos que ir parándonos a cada rato, nosotros en el carro, porque íbamos recogiendo todo lo que alcanzábamos a recuperar de las cosas que salían volando de las camionetas que nos precedían, porque cuando las cargaron aventaron todo al ahí se va.

El caso es que para el día en que usted nació, yo tenía a penas unos pocos días de haberme instalado en ese muladar, en esa nueva vida que me dejó hepatitis y parásitos. Había ya pasado por quién sabe qué tantas cosas en los poco más de mil quinientos días que llevaba de vida sin cohabitar el planeta con usted, más de mil quinientos días en un mundo en el que usted no existía… al menos como mariposa. No quiero ni imaginar ahora, por ejemplo, pasar siquiera la quinta parte de eso sin su existencia. Me pregunto a ratos, ¿qué estaba yo haciendo exactamente en el momento en que usted llegó al mundo? ¿jugando con la tierra? ¿viendo la luna? ¿soñando? ¿viendo el cielo? ¿agarrando una oruga? ¿qué hacía? ¿qué pensaba?.

¿Qué era usted cuando yo estaba en el vientre de mi madre?… Supongo que no es fácil hacerse la idea de pasar de un ambiente cálido y gelatinoso, un ambiente en el que se puede sentir perfectamente protegido, a otro en el que lo primero que hacen es darle un madracito en las nalgas, nacer es empezar a recibir las patadas en el trasero y no se diga del clima, porque pasar de aquello que mencionaba a un lugar en que el ambiente es frío y uno tiene que respirar el aire contaminado del mundo por vez primera con sus propios pulmones, usar sus ojos frente a tanta luz, ¿no debería cuidarse ese aspecto de la luz cuando uno nace? Cómo no va uno a temerle a la muerte si platican de ella exactamente lo mismo que es al nacer, o sea, ir irremediablemente hacia un tunel lleno de luz, ¿qué tal si del otro lado lo primero que nos espera es otro madrazo en las nalgas?. ¿Podría usted decir que no le dio miedo la primera vez que descubrió que tenía unas alas enormes encima?. El caso es el mismo, a veces nos espera una cosa maravillosa, pero no lo sabemos e inexorablemente nos da miedo. Bajo estas circunstancias, podría decir que mi razón era encontrarle, cómo no iba a llorar si había llegado a un planeta en el que usted no estaba, qué difícil tarea la de encontrar algo donde no está. ¿Se ha podido preguntar dónde estábamos antes? ¿se lo ha podido responder?. Curiosamente, lo primero que le dije a usted fue -“No tengo la menor idea de quién seas… (lo único que puedo pensar es ¡Qué precisión!)”-. Claro, porque finalmente había logrado encontrarle a pesar de que había desistido de buscarle. Usted lo primero que dijo fue -“heme aquí… desde el fondo de la nada” a lo que agregó “y a todo esto, ¿quién eres? ¿de dónde saliste? ¿del fondo de la nada, como yo?”-. ¿Cuál cree usted que es mi respuesta a su pregunta?… En enero del 82 con su llegada, se sembraron por ahí en el mundo algunas preguntas, en agosto del 2004 las respuestas. Ambos venimos de la misma nada.

Probablemente suene demasiado pretencioso suponer que yo le estaba buscando desde el principio, es más, decirlo sería mentir, porque la primera vez que tuve noción de su existencia fue a finales del 94, lo que significa que empecé a buscarle hace solamente 10 años.

Cuando nos instalamos en casa de la abuela, la vida comenzó a ser un poco más compleja, puede sonar raro, pero, la verdad es que aunque estuviéramos en el lugar más apestoso del planeta, la educación que intentaban darnos nuestros padres era bastante buena. Para entonces mi padre ya estaba con nosotros todos los días, lo que significa que en su otra casa, la familia sabía de nosotros, era bueno salir del anonimato aunque en la transición me llevaran entre las patas porque en ese entonces se les ocurrió que ya era hora de que me registraran (a los cuatro años de haber nacido) y no podía ser sino hasta casa de la chingada, o sea en tecamac, porque así era más difícil que le cayeran a él en la movida, ¿sabe usted lo que le digo? Por un lado mi padre se esforzaba por educarnos como gente decente, pero por otro nos hacía vivir de una manera subterránea y con ambiguos ejemplos de honestidad. Sería muy cruel y desleal si satanizara por esos menesteres a mi padre, porque finalmente nos educó, nos quiso, nos dio primero lo que quiso y después lo que pudo, porque ya cuando quiso dar más había quedado fuera de contexto, porque la fortuna que había tenido se la gastó en borracheras, amigos y mujeres de cabaret, y cuando quiso pasar más tiempo con nosotros ya no vivió mucho. ¿Quién puede enseñarte a no ser mala persona cuando tienes una bola de billetes en la cartera y un chingo más en quién sabe dónde? y ¿quién, a dejar de serla cuando ya te lo gastaste todo?. La vida, solamente la vida. Los hubieras no existen dice el sentido común, pero el sentido deja de ser común cuando tienes mucho dinero, porque común los jodidos. Nosotros, por ende, tuvimos demasiado sentido común, tanto, que aprendimos a vivir así, con una serie de contrastes tales, que nos permitían ser los mejor educados de la colonia, los más honestos y los más nobles. Puro sentido común. ¿Sabe usted que en mi casa no podíamos decir la palabra menso?. Era una grosería, era de lo más indecible. Si a mi se me ocurría decirle mensa a alguna de mis hermanas, era castigo seguro. Por supuesto ahora sigo creyendo que decirle menso a alguien es, la peor ofensa, pero ya no porque me vayan a castigar, claro, sería estúpido, pero pienso que el ser humano solo es menso cuando decide que sus potenciales o capacidades tienen un límite. El ser humano es inmenso. Lo que digo, es, que si fuéramos mensos, entonces sería imposible que usted me visitara, no le creería, ni esperaría que me creyera que yo también la he visitado, pero somos inmensos y por solo eso, es tan posible y tan probable que así fuese, que para mí, ahora es una verdad irrebatible.

Mi abuela siempre fue una persona muy pasiva, claro, estaba acostumbrada a obedecer a mi abuelo. En una ocasión, que por cierto no presencié, mis abuelos pelearon por algo que no tengo idea, el caso es que él le sorrajó el molcajete a mi abuela en la cabeza, ¿Puede creerlo?. La pasividad quizá la mantenía lejos del alcance de los molcajetazos o quizá el molcajetazo la mantuvo lejos del alcance del mundo activo, no lo se, nunca he sabido mucho de sus vidas. El caso es que ella ha sido siempre muy callada, reservada y tranquila, es canijilla y sobreprotege a sus hijos que son unos holgazanes vividores, ¿Sabe usted que los muy cabrones todavía la mandan a trabajar para que tenga ella con qué hacerles de comer?. ¿Y sabe por qué no se le despegan? Porque siguen viviendo en el terreno en el que se les acomodó hace chingomil años, lo que significa que no tienen que pagar renta, que tienen una casa segura de por vida, así fuesen veinticinco y arañas ya en la casa, porque eso sí, les gusta reproducirse como si gustaran de una comida en especial a fin de año. La abuela siguió siendo pasiva aún después de la muerte del abuelo, muerte que no recuerdo porque para entonces nuestra vida se había alejado ya de aquel lugar apestoso. Lo que recuerdo de él es que alguna vez peleó a machetazos con un tipo, cosa que casi le cuesta la mano porque le dieron un machetazo justo en la muñeca y la mano completa le quedó colgando de un pellejo, no sé qué clase de atención le habrán dado, pero no la perdió aunque le haya quedado un poco inmóvil, eso me lo platicó mi madre, pero como le había comentado, en mi cabeza está una imagen de mi abuelo con la mano colgando.

En fin, habíamos llegado a vivir junto a la casa de la abuela, en el mismo terreno, cosa que nos costó varias joyas, malos ratos, una que otra grosería y algunas enfermedades. Aunque era pocamadre enfermarse porque a parte de no ir a la escuela y por ende no comer huevo tibio en la mañana, nos llevaban a un consultorio vecino de un médico homeopático y los chochitos eran más que una medicina para males corporales eran medicina para el espíritu, porque tan solo ver el frasquito y olerlo hacía que te sintieras mejor. Bueno, no fue lo mismo cuando me dio hepatitis porque ahí si me sentía de veras mal. Pero, le decía, algunos de los hermanos de mi madre mucho tiempo fueron amantes de lo ajeno, y por supuesto, nosotros éramos como ajenos, pero no nos amaban, les gustaba esculcar en nuestras cosas una que otra vez y hacer actos de magia desapareciendo algunas veces dinero y otras veces joyas, después desaparecían ellos y aparecían unas caguamas, una telecita o cosas así, ¿verdad que eran magos?. Porque además nunca nadie sabía quién se había metido a la casa a esculcar… porque para entonces resulta que nadie estaba, en la casa y nadie había visto nada, “no, fíjate que yo ni estaba, yo salí a comprar esta tele y me fui desde temprano”. -¡A chingá, qué casualidad!-.

Moraleja: Las casualidades no existen.

Saturday, September 11, 2004

II La mujer que vuela

El primer ensueño

A veces uno no sabe exactamente por qué hace las cosas, éstas tiran de nosotros quizá, y no nos queda sino interpretar algo, darle forma, construir situaciones, conocer a ciertas personas, dar determinados pasos, la gente muchas veces lo llama casualidad, yo le llamo precisión, me gusta creer eso simple y sencillamente porque sé que nos movemos en más de un plano, nos comunicamos en más de un canal, nos llamamos a veces desde lo más remoto y otras desde la superficie. La causalidad.

Mi padre había hecho uno de esos abandonos exprés, un pretexto bastaba para que agarrara sus trajes, sus corbatas y sus botellas, las aventara a la cajuela del auto y se marchara siempre con la amenaza de no volver. Nosotros dependíamos económicamente de él, siempre fue así, por lo que su mejor arma siempre fue dejarnos sin un peso, era su manera de saberse necesitado, aunque para ser sincero siempre se le extrañaba y no era por el dinero, nosotros nunca hemos sido muy expresivos entre nosotros. Mi madre siempre tenía que lidiar con eso de los préstamos, los ahorros y todos esos menesteres que hacen las madres con tal de alimentar a sus pollitos. Él volvía una noche cualquiera como si nada y, bueno, no podíamos poner resistencia, independientemente de que era su casa, de que se le extrañaba, la verdad es que se le necesitaba, porque para cuando volvía, por supuesto con una tremenda borrachera encima, su coraje había pasado y las deudas empezaban a ser molestas. En algunas ocasiones, cuando nosotros éramos más pequeños, no teníamos otro remedio más que llamarle por teléfono y decirle que necesitábamos dinero para tal o cual cosa, a veces venía cerca de la casa, previa cita, nos daba lo que necesitábamos, abrazo, beso y adiós de nuevo. Eso no incluía algún peso o algún beso para mi madre. Se hacía el rudo, en el fondo sabía que ella era la única mujer a la que el había amado, pero le costaba tanto decirlo que en la vida solo recuerdo una vez que salieran esas palabras por su boca, pero eso fue en los últimos días de su vida, cuando, aunque no sabía que moriría pronto, en el fondo tenía la sensación de que el tiempo se acababa, porque ese año se la pasó intentando hacer esas cosas que no se había permitido por falta de tiempo, por sobra de orgullo y por vergüenza. Su abandono esta vez fue un poco más prolongado de lo ordinario, quizá porque ninguno de nosotros dio señal alguna, quizá porque su orgullo había también envejecido y por lo tanto se había vuelto más refunfuñón, no lo sé, el caso es que no volvía. Mi hermana la mayor tenía ya casi dos años de casada, estaba a punto de tener su primer bebé y estaba viviendo en la ciudad de los vientos, Chicago. Yo tenía dieciséis, cursaba el CCH en el plantel de Naucalpan, mi vida académica se había vuelto una verdadera porquería, de veinte materias que había cursado hasta el entonces fin de cuarto semestre, solo había pasado cinco, y eso, porque había maestros que eran un poco barcos; me había dado por el desmadre, las cervezas, el rap. Si yo sé, usted puede reírse si quiere, pero fui rapero y siempre me ha dado vergüenza reconocerlo, aunque en ese entonces me llenaba de orgullo porque no era nada malo para bailar, con decirle que tenía unos amigos igual raperitos con los que hacíamos coreografías, ja ja, tuvimos el coraje suficiente como para bailar en un circo, ¿puede usted imaginar eso?. Le llamo mi pasado oscuro. Aún y todo, fue divertido, es divertido recordarlo. No le platique a nadie, es mi pasado oscuro. Atravesaba por una adolescencia un poco turbia, como cualquier adolescencia, claro, pero a medio desmadre, de pronto, tenía que resolver una situación económico-casera, porque entonces decidí que no le pediríamos más nada a mi padre y comenzaríamos a valernos por nosotros mismos. Ah, pues fue entonces que decidí irme como buen mexicano, a los United States, a trabajar, además podía aprovechar para conocer a mi nueva recién sobrina.

En qué me ocuparía, no tenía idea, solo sabía que mi hermana y mi cuñado me ayudarían con eso, mi cuñado se dedicaba a la construcción, le iba bien y podía emplearme alguien de su familia, casi toda estaba allá y se dedicaban a lo mismo. Me prestó dinero para pagar un coyote que me pasara por Sonora Nogales, viajar a Tucson, Phoenix, agarrar un avión y llegar triunfalmente a Chicago. Mi padre regresó a la casa un día antes del que yo partiría en mi viaje a la aventura, tenía que pensar rápido, tomar una decisión, por un lado yo había armado ya todo un show, por el otro, la razón decía que ya no necesitaba irme, porque finalmente la cosa económica estaba resuelta. Si no lo hacía, podía seguir en la escuela, no me alejaría de Sadoth, la niña de la que estaba supuestamente enamorado, mi familia no tendría que preocuparse por mi, ni yo tendría qué trabajar para enviar dinero a mi casa. Pero yo había armado una historia nueva, tenía que hacerlo porque de no ser así, mi padre habría ganado de nuevo, habría hecho trampa otra vez, pero esta vez me habría vuelto cómplice. Esa noche, cuando llegó y nos sentamos a la mesa a cenar, le dije que me iría al día siguiente, su semblante cambió, la seriedad en su rostro siempre fue algo que daba miedo, más que cualquier cosa que pudiera decir o hacer, su rostro serio siempre fue algo que imponía, era su mejor manera de declarar quién manda; esta vez, por primera, se terminó el juego, yo tenía una decisión sobre mi vida, tenía la autosuficiencia para mandarme a mi mismo, para hacer algo en lo que él ya no podía opinar. Preguntó por qué, “porque tenía qué hacer algo, no podía quedarme a esperar que regresaras”. Quiso convencerme de lo innecesario del viaje. Mi decisión estaba tomada. Algo, muy detrás de todo ello me estaba jalando a ese lugar, todo lo demás era solamente la circunstancia, el medio. El fin no lo conocía, pero justificaba todos los medios.

El viaje en autobús fue largo, yo leía a cada rato la carta que Sadoth escondió en mi mochila la tarde que me despidieron en la terminal.

¿Sabe usted lo que hizo el estúpido coyote?, me dejó esperándolo en el hotel de Sonora como cuatro días. Días en los que las cosas más comunes a mi me parecían las más inverosímiles, por ejemplo, la noche que sonó el teléfono de la habitación y al responder había una voz femenina que me decía “Oye bebé, ¿quieres compañía?”, -“no, no se preocupe, estoy bien, gracias”- ¿en qué cabeza cabe? Yo creía que una mujer que me había visto por ahí en el hotel se había preocupado por verme solo, ja ja, ya sé que es ridículo, pero eso es lo que yo pensé y seguí pensando hasta la noche que el coyote estuvo en el hotel y él sí quiso compañía, eso me aclaró las cosas. Una tarde estaba en el balcón del hotel tomándome una coca cola de lata, yo veía hacia el otro lado de la frontera, analizaba un poco el movimiento de los ilegales, de la migra, de la gente que coyoteaba a los paisanos y no podía sino preguntarme cómo habría de pasar yo y en qué momento, la verdad es que no analizaba demasiado, solo soñaba despierto, veía pasar los autos, veía las calles y los semáforos que me parecían de un mundo inaccesible, todo olía como a juguete nuevo que no se puede abrir hasta después de la cena, estaba un poco impaciente y emocionado; un tipo malandro se acercó, se recargó en el balcón, observó unos instantes el mismo paisaje que yo tenía al frente, sacó un cigarro, lo encendió, saqué un cigarro, lo encendí. -“¿Vas a cruzar?”- preguntó. Me encogí de hombros… -¿Quieres coca?- soltó sin más. –No, aquí tengo, mira, gracias-. Ja ja, uno era inocente.

Antes de que el coyote fuera al hotel, su primer contacto fue a través de un achichincle al que mandó por mi, éste me contó el plan. Esperar a las ocho de la noche, brincar la reja de unos cuatro metros de alto, correr como chingado pollo, esconderme como ratero de cuarta en un arbusto y esperar que llegara por mi un auto que me llevara a casa del coyote. Pues, bueno, el plan estaba bien, a mi así me parecía, porque a fin de cuentas a los dieciséis uno no mide consecuencias, a fin de cuentas, uno es ilegal y está a punto de violar leyes, frenta a un igual uno no puede, sino confiar. El caso es que todo salió conforme al plan hasta la parte del auto que me llevaría a casa del coyote, porque, era un auto, pero público. Por supuesto, migración detiene a la mayoría de los taxis. El mío no fue la excepción. Después de vaciar mi mochila, bolsillos, zapatos y quitarme todo tipo de colguijes, me subieron muy amablemente a la camioneta, iban bromeando, yo sonreía, ellos también. Yo no entendía nada, ellos lo sabían. Más bromeaban. Estuve toda la noche encerrado junto con los delincuentes juveniles, no era un separo para delincuentes, claro, pero los chicos que ahí estaban sí lo eran, para ellos parecía ser una cosa muy ordinaria y estaban hasta emocionados porque no les habían quitado sus tachas (porque uno de ellos las escondió en una abertura que le había hecho a su pantalón en la parte del cinturón), y mismas que se metieron al instante y terminaron tan mal que se golpearon entre ellos. Yo solo miraba de reojo. Finalmente se llevaron a uno, el más violento y lo aislaron según pude entender. La fiesta estuvo en paz. (¡Huy qué fiestón!). La mañana siguiente nos llevaron de desayunar unos cuernitos de Burguer King, cuernitos que solo tenían queso, a mi no me gustaban mucho los quesos por lo que me di el lujo de regalarlo, el muchacho de la tacha no le hizo feo en lo absoluto, lo devoró con entusiasmo. Esa mañana me regresaron a Sonora y ahí estaba de nuevo en el hotel, otra vez, pero casi sin dinero. El tipo de la recepción ya me conocía le expliqué mi estado, se conmovió, así que me hizo un descuento en una habitación que le sobraba. Llamé de inmediato a la casa del coyote, gritando, exigiendo, que fuera él mismo por mi, que dejara de mandar a gente estúpida que me enviaba en taxi, trató de convencerme de que enviaría a alguien que fuera más cauteloso. No lo logró, exigí su presencia de inmediato, por la tarde noche ya estaba en el hotel.

Estuve aún dos días en su casa, porque tuve que esperar a que trajera a otro rancherito que mandaría también para Chicago. El pobre nunca había salido de su rancho, nunca había visto un autobús, nunca había estado en una carretera, nunca nada. De pronto, de un día para otro, estaba volando en un avión, así que imagínese su cara cuando la nave empezó a moverse y luego a tomar velocidad y despegar. También era mi primer vuelo en avión, pero por lo menos los había visto antes, estaba familiarizado un poco con el good morning y el please y el thank you. Él no tenía ni la más remota idea de lo que sucedía cuando las aeromozas hacían todo su show; pensaba que ya había valido madres el vuelo. Lo mismo cuando pasaron a ofrecer la bebida, el pensaba que ya le estaban pidiendo sus documentos. Pero de alguna manera, de no haber sido por él quizá me hubieran regresado a México a penas diera unos pasos en el aeropuerto de Chicago, porque mi hermana no estaba enterada, gracias al coyote, de que yo llegaría esa noche. Al rancherito sí lo fueron a recoger, uno de sus hermanos, muy amigable. Yo desconfiaba porque me decía, “vente con nosotros, yo te llevo a la casa de tu hermana” -“no debe tardar en llegar”- decía yo, más que para tratar de disuadirlo, para tratar de convencerme a mi mismo de que mi hermana iría por mi. –“No seas tonto, te van a agarrar, vámonos, ahorita le hablamos a tu hermana, le pido su dirección y yo te llevo”-. Para cuando llegué a casa de mi hermana, yo ya había cenado, y estaba ebrio, porque en casa del hermano del rancherito hicieron fiesta de bienvenida con pozole y cervezas y música mexicana. Así como me había convencido de salir del aeropuerto, me fueron convenciendo primero de tomar una birria (cerveza), luego un pozole, luego otra birria y otra, hasta que estaba algo ebrio, de pronto se les ocurrió que yo tendría ganas de llegar a casa, ¡Era probable! ¿no?.

Llegué a la casa que nos indicó mi hermana, que afortunadamente no era la suya, porque lo primero que pensé fue “a qué fiesta del terror me metieron”. Era casa de la suegra, ya ve usted lo que dicen de ellas, la verdad no era exactamente una bruja, pero su familia se llevaba de calle a Ren y Stimpy, eran tan puercos, que si comían cacahuates en el sillón, el sillón mismo era el bote de las cascaritas. La tarja de los trastes se inundaba entre platos, agua y desperdicios de comida, no los lavaban todos los días, no recogían la basura, se bañaban, yo creo, porque no hacerlo sería ya demasiada desfachatez, el trabajo era los suficientemente polvoriento como para que, una persona, fuese quien fuese, no pudiera soportarse a si misma sudando durante la noche. Aunque se atrevían a pasarse horas viendo la televisión después del trabajo antes de ir a bañarse. La casa desde fuera, se veía igual que ellos.

Esa noche, de tan estupefacto que iba, entre las cervezas y el desconcierto, no me acordé, siquiera un poco, de mi sobrina recién nacida. Mi hermana tuvo que recordarme su reciente existencia, para que yo tuviera la sutileza de preguntar por ella.

Estaba claro, había llegado a un lugar que no me correspondía, pero había llegado. La casa de mi hermana era cuarenta y siete veces más decente, por lo que esa noche, pude dormir tranquilo después de una semana de viaje.

No podría decirle exactamente lo que pensé cuando a las siete de la mañana me despertó el movimiento en la casa, porque, por un lado, yo iba con la idea de que trabajaría con mi cuñado, entonces ver que estaba listo para irse mas bien me preocupó porque yo me había quedado dormido, pero por otro lado me causó una gracia infinita ver su atuendo, cosa por la que le hice burla a mi hermana todo el día. Llevaba unos pantalones muy viejos, unas botitas café claro, una sudadera gris toda maltrecha unos guantes llenos de bolitas de goma y un casquito de plástico todo ridículo. No pude evitar soltar la carcajada en cuanto salió de la casa, obviamente después de explicarme que yo trabajaría con uno de sus hermanos. Cosa que no fue exactamente grata, porque así como vi a mi cuñado esa y todas las mañanas siguientes, tuve que vestir en adelante porque el trabajo que me consiguieron fue en lo mismo. El mundo de la construcción. El primer día de trabajo, me sentí humillado, porque la burla ahora era de mi hermana hacia mi, ahí estaba yo también con mi casquito ridículo. Además, el trabajo que se me asignó era de los más pesados, todo el día estar haciendo mezcla en una carretilla, con un azadón, acarrear los bultos de un lado a otro, acarrear las cubetas con mezcla de un lado a otro, barrer de un lado a otro, cargar los andamios de un lado a otro. Poco a poco me fueron enseñando a hacer el trabajo fino, que era el tuck point, aunque no estoy seguro del nombre porque ellos solo lo llamaban “tai pon”, nunca pude corroborar el nombre porque todos lo llamaban igual y está claro que solo trabajaba con familiares, ninguno hablaba bien, ya sabe, “parkéate aquí”, “púchale ahí”, “esqüízale fuerte”.

Las tardes se habían convertido en paseos por las calles cercanas a la casa. Las probabilidades de charlar con alguien eran casi nulas, porque, afortunadamente vivíamos en un barrio americano. No es que me estuviera volviendo racista ni mucho menos, pero ¿sabe lo que es ver a sus paisanos bigotones, vestidos con pantalones aguados de mezclilla morada y camisas amarillas abiertas a la mitad mostrando pelo en pecho y con sombrero de paja? Pues ese es sólo un caso de los incontables que hay en los barrios latinos.

La soledad empezó a hacerse más explícita, quizá las primeras tardes no lo notaba simplemente porque estaba entretenido en un aparador nuevo, así era todo para mi. Un largo aparador de cosas nuevas, palabras nuevas, gente nueva, caras blancas y negras, maniquíes, autos, dólares, cemento y arena y la escoba. Todo era nuevo y a la vez prestado, era un mundo en el que yo estaba como espectador interactivo, no podía no verlo, no podía dejar de estar ahí, me hacía partícipe de una u otra cosa, pero no era mi mundo, no parecía mi realidad, era como un sueño muy profundo. Renacían en mi los problemas existenciales por los que había pasado a los nueve años, cuando me deprimía y me encerraba en un cuarto de la casa desde donde se ven a lo lejos cerros llenos de lucecitas, lugar en que me preguntaba cómo era posible que existiera tanta gente, que yo fuera tan pequeño e insignificante, ¿Qué estarán pensando esas personas ahora?, ¿Quiénes serán?, ¿Por qué mi hermana no me quiere?, ¿Dónde estará Erica en este momento?, ¿Por qué nací siendo yo?.

Las tardes en Chicago empezaron a volverse reflexivas y de a poco, en tardes depresivas, leía la carta de Sadoth, me reconfortaba pensar que se realizara su deseo de besarme en cuanto regresara, según su carta. Cosa, que por supuesto no sucedió, porque para cuando volví ni ella se entusiasmó de verme ni yo sentía lo mismo por ella, en realidad no estuve enamorado de ella, había sido solo una obsesión, cosa que no pude reconocer sino mucho tiempo después. A fin de cuentas, el viaje me había costado el estigma del mal de amores.

Una mañana de agosto, mientras el break, aleteaba cerca de mí una mariposa. No podía dejar de verla sin pensar en los amores frustrados de mi vida, pensaba en Erica, Leticia, Blanca, Carolina y Sadoth; ellas no estaban, no estarían más, eso era una certeza. No podía explicar el profundo vacío que se apoderó de mi esa mañana. Terminó el break, Ellas se fueron… la ilusión también. Desde ese momento la soledad comenzó a hacerse insoportable, yo no podía hablar de mi vida con mi hermana, eso nunca fue una cualidad entre la familia, la vida íntima fue siempre algo vedado para los demás, era algo más que sólo personal, era algo infranqueable. No tenía amigos ni conocidos con quien charlar, era estarse solo, completamente solo en una tierra ajena. Ya no me gustaba el rap, empezó a llamarme el rock nacional.

Las caminatas se extendían un poco cada vez, era, a la vista, algo patético. Las noches extrañas regresaron a mi vida, pero esta vez con una razón expresa. Decirme que no estaba solo en el mundo. El primer capítulo importante fue la noche que, al estar acostado, de pronto había alguien a mi espalda, respirándome en el cuello, mi cama se volvió infinita hacia atrás, había, todo un mundo que comenzaba desde atrás de mi y terminaba en el infinito, pero ese alguien ahí estaba, yo no podía moverme, no podía decir nada, él seguía respirando. Luché un poco contra la sensación de impotencia, hasta que pude, por fin, moverme, todo había desaparecido, sus respiros, el mundo atrás. Mi cama había vuelto a su tamaño habitual.

No hubo una explicación, no la busqué, estaba claro que los trastornos del sueño habían vuelto. Las experiencias de ese tipo se volvieron frecuentes; ninguna relevante como la primera ni importante como la de la mujer que vuela.

Estaba sentado en una banca, en un lugar casi completamente blanco, ya que tenía matices grisáceos en algunas partes, ella llegó, yo le esperaba, conversamos algunos silencios con una que otra sonrisa. Caminamos después, corrimos, jugamos escondidillas en lugares ocultos dentro del blanco, reímos mucho, nos abrazamos, nos dijimos sin palabras todo lo que había qué decir. Nos besamos, apretamos nuestras manos y salimos volando. Una alarma de auto se activó con el trueno, no fui el único en despertar esa noche de tormenta. Fue la primera vez que sentí miedo por una tormenta, aunque me maravillara de lo impresionantemente hermoso que se veía cuando la calle era iluminada de un azul pálido cada vez que un relámpago aparecía, por supuesto seguido de un enorme trueno. Fue difícil conciliar el sueño, con esa tormenta, tras el primer ensueño.

Wednesday, September 01, 2004

I

Las reglas de batalla

Dice mi madre que cuando era niño seguía los pasos de mi hermana, ella era como un comandante, ella daba las órdenes. Nunca cambió su forma de ser, claro hasta que se casó, porque el matrimonio no es el mismo juego, ese es otro para el que las reglas de combate se hacen siempre nuevas dependiendo de los combatientes. Mi hermana, con seis años, tenía una libertad de inventar desde sus reglas hasta sus campos de batalla, sus órdenes eran, por supuesto, una sugerencia que siempre seguíamos mi otra hermana y yo sin dudar, porque ella tenía más tiempo en este mundo, ella conocía más las trampas del terreno, las minas.

Nuestro comandante podía decir “encuérense para usar sus trapos de bandera” y los otros ya estábamos encuerados, la bandera era mas bien una capa con la que toreábamos a los carros, la batalla nunca la comprendí aunque supongo que teníamos una visión demasiado futurista en la que adelantábamos nuestra guerra contra las máquinas solo midiendo nuestra voluntad inquebrantable, no lo sé, aún cuando me cuentan esto yo sin memoria, no sé de qué trataba el juego, pero dicen que eso era demasiado atrevimiento, nunca he gustado de la idea de desnudarme frente a la gente, pero puede que sea simple entender que tres años no es mucha experiencia ni mucho pudor.

Alguna vez nuestro campo de batalla se centró en el refrigerador, las reglas de batalla eran la resistencia, debo entender ahora por ejemplo que tengo temple de hombre poderoso porque pasarse todo el día encerrado en el refrigerador junto con ellas dos no debió ser muy fácil ni cosa de cobardes, teníamos el coraje para enfrentarnos a esos menesteres de la vida, por lo menos, supongo que aprendimos que no fácilmente nos rendiríamos si en una batalla real tuviéramos que enfrentarnos con un enemigo que tuviera por cárcel un refrigerador. ¿Cómo salimos de ese encierro?… muy fácil, utilizamos nuestra inteligencia uniendo los tres, la tecnología avanzada de comunicación con la que contábamos, gritamos al unísono pidiendo auxilio. Mi madre que, lejos estaba de sospechar de estas batallas, corrió desesperada a buscar a la calle a los raptores o a quiensabe qué diablos que estuviera atormentando a sus angelitos, la cosa es que si salía de casa, el sonido parecía más lejano de lo que parecía desde dentro, tardó quizá buen rato en descifrar nuestro mensaje codificado en un “¡auxilio!” para entender la posibilidad de que estuviéramos dentro de un refrigerador atrapados.

Una vez, sintiendo cómo avanzábamos en nuestro entrenamiento de batalla, decidimos hacer una verdadera guerra contra un enemigo real y poderoso, eso solo podía ser un amigo, ¿por qué? Sencillo… debíamos conocer sus puntos débiles, sus estrategias, su forma de ser, su constitución, debíamos comprender a nuestro enemigo para poder vencerle. Éxito rotundo, el Cepillín quedó destrozado, no pudo defenderse, victoria por sobre todas las cosas, sus trapos interiores quedaron estarcidos por doquier. Sólo quedaba esperar escondidos estratégicamente a ver si no se aparecían aliados que quisieran vengar su desaparición. Desafortunadamente elegimos mal adversario porque su mayor aliado era la suprema Mandamás de la casa, o sea mi madre. Tuvo la revancha, tuvo la victoria, nosotros nuestro merecido, aunque después nos persiguiera la paranoia de una venganza verdadera desde el más allá, si escuchábamos un ruido cualquiera que no fuese algo ordinario, como que la plancha emitiera un crujido especial, entonces desconfiábamos de inmediato porque podía estar involucrado el espíritu de Cepillín exigiendo una venganza directa.

Había batallas que ninguno de nosotros entendía, amenazas que no podíamos descifrar sino solo aceptar como amenazas que eran, esas cosas inexplicables que ni la suprema Mandamás podría comprender, ella por supuesto no las decodificó como nosotros, debíamos estar preparados para un ataque, permanecer alertas, cuando ella solo decía prepárense para dormir. Yo nunca lo vi, pero mis hermanas aseguran que fue real. Era una tarde casi noche de navidad o por esos días, la verdad es que mi memoria me ha jugado trucos tan sucios como que me hacen recordar a veces, cosas que ni siquiera viví, este caso es algo similar, alguien me platica, yo me imagino y el tiempo y mi memoria hacen el resto, se queda grabado como si yo mismo lo hubiera visto. El punto es que del comedor a la ventana había unos cuantos pasos, dos metros quizá, aunque después más de veinte años las distancias y las dimensiones son algo muy dudoso, claro, la percepción es muy engañosa. En la ventana apareció un rostro, por fuera, que señalaba a una de mis hermanas, la mayor. Completamente blanco, sin expresión, el rostro, apareció aún por segunda vez, y ambas hermanas pudieron, la primera verificar que no había alucinado, y la segunda que la primera no mentía. Yo solo lo supe de platicado aunque tenga la imagen de ese rostro blanco pegado a la ventana, guardado en mi memoria. Esas reglas de batalla jamás las pudimos entender, aunque nos quedara claro que no podríamos tener paz de ahí en adelante.

Siguieron muchos otros atentados por el estilo, como cuando los pitufos cobraron vida ante la psicosis de la sociedad que aunque no tuviera la certeza de la falacia, por lo menos tomaron la precaución de dejarnos sin ese juguete del pitufo de trapo y sin ver la tele donde no podía verse ni el azul de los noventainueve pitufos y la pitufina ni ningún otro color.

En ese mundo tan agitado, tan amenazado, tan… hostil, mis demonios comenzaron a nacer como pez en el agua. –Yo iba de la mano de mi madre, mis hermanas venían a los lados. Nos dirigíamos a una panadería que se encontraba en una esquina que mas bien era triángulo, desde unos pasos antes había advertido ese montón de tierra, a mí siempre me gustó la tierra, era una montañita que prometía momentos de felicidad, momentos de ser creador, de moldear mundos y toda clase de cosas que uno quisiera, tierra negra, húmeda y hecha montañita, era mía, lo sabía en el fondo, me pertenecía simple y sencillamente porque me llamaba. Mi madre, antes de entrar a comprar el pan nos decía “no se vayan a meter a la tierra porque se van a ensuciar y les voy a pegar”, ¡ah, porque una cosa era vivir como pobres, pero otra muy distinta que gustáramos de la mugre!, yo, por supuesto tenía que experimentar, violar las reglas, entrar a combate, me subía al montón de tierra, un paraíso… Mi madre, al salir de la panadería tomaba de las manos a mis hermanas y echaban a correr, yo corría detrás de ellas gritando ¡No me dejen!, y lloraba ¡no me abandonen! corría con todas mis fuerzas, pero no avanzaba, mis movimientos eran lentos y gritaba más ¡por favor, no me abandonen! mis gritos no se escuchaban, la voz no me salía ¡perdóname mamita! ¡no me dejes!, y ellas desaparecían a lo lejos, de pronto un muro caía cerrando la calle, dejándome fuera del alcance de mamita, caía otro detrás, cerrando todo camino y diciendo “no hay vuelta atrás”- siempre despertaba muerto en llanto, mis demonios me atormentaban con ese sueño recurrente, sueño que duró varios años. Pero entonces había comprendido una regla super importante, había que temer al castigo. La enseñanza a fin de cuentas era sencilla “No desobedecer nunca a la suprema Mandamás”.

Cuando intentaron echarnos de la vecindad, no lograron sino sacarnos solo del departamento porque tuvimos la gracia de contar con una vecina compadecida que nos alojó mientras mi padre se enteraba del asunto y se tomaba la molestia de poner un poco de atención en la casa, o sea, tuvo qué, porque no había otro remedio, según recuerdo en ese entonces no iba a la casa todos los días, no era tan experto en las artes engañatorias. Mi madre, por supuesto, no era la engañada, era, más bien, el amorcito de mi padre, porque ella apareció en la vida de mi padre cuando él ya se había casado hacía ya unos veinte años, yo qué sé, finalmente el cálculo es fácil, cuando iba a la secundaria en mi grupo tenía un compañero que se llamaba igual que yo, bueno el primer nombre y el primer apellido, pero lo que para todos era una casualidad, para él y para mi, era una terrible coincidencia y a la vez el principio del odio silencioso, porque nuestras respectivas familias debían, por decirlo así, odiarse por puro protocolo, porque a esas alturas ya sabían de nosotros y nosotros de ellos. Ese chico era hijo de uno de mis medios hermanos, ja, tenía en mi grupo a un medio sobrino. Todo mundo se hacía el ciego. Cuando llegó mi padre el día del desalojo comenzaron a preparar la estrategia, ¿cuál?, ¿contra quién?, regla nueva qué aprender sobre las batallas contra la vida, “preparar la supervivencia”, plan de emergencia. Estuvimos no sé cuántos días o quizá semanas compartiendo el departamento de los vecinos, a nosotros no nos importaba, teníamos más compañeros de guerra. Los niños nos caían al dedo como anillo, o digamos, como buenos combatientes y enemigos para nuestra batalla. No bien cumplí los cuatro cuando ya estaba emigrando a un nuevo campo de batalla, ese había sido mi entrenamiento, muy deficiente, por cierto, porque cuando mi padre y yo jugábamos al karate él ponía la regla “si yo lloraba él se iba”. Uno de niño es necio y no entiende las trampas de los adultos, así que de pronto él me soltaba un karatazo con toda la intención de hacerme llorar y no obstante sufrir después la culpabilidad de que él se fuera, porque entonces mi madre también lloraba. No había llegado a los cuatro cuando había sido víctima conciente de las trampas de los adultos, mi entrenamiento había sido deficiente en combate cuerpo a cuerpo, sin embargo comenzaba a tener mis primeras lecciones sobre psicología y estrategia.

Nos mudamos a un terreno que tenían mis padres, terreno donde se había acomodado a mi abuela y a sus hijos, hermanos de mi madre, porque ellos habían venido como mi madre, desde el rancho a probar suerte a la capital, por supuesto con las manos vacías y, tiempo después de mi madre y alguna de sus hermanas. Esa historia no la conozco bien, además en ese entonces yo solo sabía que era casa de la abuela. La cosa más deprimente, porque era un cuartucho con una bola de gente amontonada tanto en la sala-cocina-comedor, como en la recámara múltiple donde dormían todos hechos bola en dos miserables camas. Si me pregunta usted, ¿A qué olía ese lugar?, aunque en realidad no sabría decirle exactamente el olor, era una mezcla entre borracho y caño y basura. Nosotros, los burgueses que veníamos desalojados de una vecindad por no pagar la renta o qué se yo, nos instalamos en otro espacio que mandó construir mi padre en calidad de urgente, ya se imaginará usted, ni siquiera tenía techo de cemento, sino de lámina de asbesto por donde se metía el agua de vez en cuando. Las calles… no había calles mejor dicho, pura tierra, no había baño, no había agua, luz, de milagro. No tengo idea cómo es que vivimos ahí dos largos años, además de venir hasta la ciudad todos los días a la escuela, eso sí, particular. -Ja ja-, no entendía por qué con mis amigos los reyes magos eran generosos y con nosotros eran poco menos que compadecidos. Un contraste terrible, hermoso si lo veo desde acá en los años.

Si usted me hubiera visto en ese tiempo, no juzgaría si hubiera hecho lo que hizo la niña a la que un amiguito de la primaria le dio un anillo de compromiso a mi nombre, por supuesto me mandó derechito y sin escalas al diablo diciendo “pinche negro feo dile que no alucine”. Por supuesto todo menos lo que dijo, fue un terrible malentendido, mi amigo había planeado declararle su amor a otra niña del grupo, llevó un anillo lindísimo con diamante y todo, no recuerdo si le hubiera podido quedar a alguna de las dos, porque supongo que él no había comprado un anillo sino que lo habría hurtado de las joyas de su casa, finalmente en chico era riquillo y que lo comprara tampoco habría sido difícil, salvo que ¿cómo compra un niño de ocho años un anillo de compromiso?. El caso es que fue rechazado, lógico, pero no era tan lógico que me lo regalara para que yo le pidiera matrimonio a la niña de la que yo estaba enamorado hacía años, o sea, era mi primer amor, pero lo mantenía así, creciendo, de lejos, usted sabe, como la luna quiere a la tierra, así la quería yo a ella, claro que nunca decía “la amo” sino “me gusta” era suficiente decirlo de ese modo, la otra palabra no la comprendía aunque en el fondo la experimentaba. Yo rehusé su oferta, no quería romper mis propias leyes, yo sabía que no le gustaba y por lo tanto aceptarla era asegurar mi propia derrota, era entrar en una batalla que no podía ganar, que tenía perdida sin haberla empezado, era mejor así, sin decir nada. Pero él, en su desahucio, no podía sino convertirse en redentor o quién sabe qué diablos, pero se aferró a que yo tenía que entregarle ese anillo a Erica, tenía que pedirle matrimonio. Se aferró de tal modo, que llorando aún su propia derrota, replicó que si no se lo daba yo, se lo daría él, (levanté los hombros). “Regla número uno, sea claro”. No sabía si el le declararía un amor que no sentía o le declararía el amor que sentía un amigo (yo), mi gesto era, pensando que haría lo primero porque lo segundo no tenía mucho sentido; el se dio la media vuelta e intenté detenerlo “no, por favor”, pero no le importó, así que muy decidido, mientras yo no podía salir del baño del puro miedo, fue a declararle mi amor y a pedirle que se casara conmigo. ¡Qué inverosímil!, a los ocho años ya me habían rechazado una propuesta de matrimonio que yo no había hecho. De cualquier modo, no pude evitar llenarme de tristeza y llorar varias noches en secreto. “Regla número dos, llore todo lo que sea necesario”.

PRÓLOGO

Mariposa : Candelilla que se pone en un recipiente con aceite para conservar luz de noche.

Usted, Mariposa, es un resumen, una antología de mis recuerdos, bien es cierto, que mi memoria no es de concurso, mi vida en sí, no es de concurso, pero lo importante de esto, es que usted tiene la brillante característica de saber siempre lo que sucede, lo que ha pasado, de otro modo, puede ser que lo intuya o invente, pero a fin de cuentas puedo creer que lo sabe; por lo menos ahora usted tiene un papel importante en mi vida, mi vida que no es tan importante, pero sabe, o debe saber que en adelante usted, no será solo una estampita con mi biografía escrita en diecisiete renglones, no, usted será un compendio, una recapitulación de mi vida, una enciclopedia en doce tomos llena de significados, simple y sencillamente porque usted ahora no me conoce y me conoce por dentro, yo no le conozco pero le conozco hasta los huesos, este es un pacto. No es que quiera abusar de su imagen ni mucho menos, por el contrario su imagen no la toco, porque su imagen vendrá sola simple y sencillamente cuando termine de relatar mi historia, ya le dije que es usted la suma de todos los simbolismos más importantes en mi vida, y ésta, se termina de contar con el simbolismo de la mariposa. Usted está aquí por eso, por las acepciones que representa ser mariposa. Mi mariposa.