Saturday, October 30, 2004

VII La secundaria

A parte de Jorgito, el amigo que atropellaron, la calle estaba poblada por Jorges, Jorge mi padre; Jorge Flores, el vecino que se hizo compadre de mi padre; Jorge Gustavo su hijo; Jorge el lelo; Jorge el papá de los chichicuilotes, (nunca supe por qué les decían así); Jorge el chichicuilote (el hijo); Jorge a secas, el vecino de Nadia; y por supuesto Jorge de los chinitos, Jorge Aroón. La gente, cuando nosotros llegamos a la colonia nos encontraron rasgos orientales y por mucho tiempo nos llamaron los chinitos, para otros éramos los burgueses, -jaja-, yo no sé de dónde sacaron eso, nuestra miseria era igual que la de ellos, solo que todos los domingos, después de la misa y la barbacoa o la pancita, la rutina consistía en ir al mandado, cosa que se dividía en dos etapas, la primera, era el mercado, donde se compraban todas las verduras, bolsas y bolsas de verduras, y bolsas y bolsas de fruta. Mi padre gustaba mucho de la fruta. La segunda etapa era Blanco, tienda que desapareció y fue sustituida por un Bodega Aurrerá, donde se compraba la caja de leche, el jabón de polvo, el cloro, las servilletas, el papel, los jabones de baño, el shampoo, el cereal, las galletas, el jamón, el queso, y tanta madre que no recuerdo, la cosa es que en los primeros años que vivimos aquí, siempre teníamos problemas para cerrar la cajuela del auto después de meter todo el mandado y la despensa. Conforme el paso del tiempo, cada vez menguaba más y más, hasta el punto de no ir todos los domingos por el mandado y solo comprar cosas basiquísimas en la tienda. Pero estaba en otra cosa, Para los amigos era –“Mamá, voy a salir a jugar con Jorge”– “¿Cuál Jorge?” – “Jorge, de los chinitos”. Para las vecinas era “Ayy, qué educados son Jorgito y sus hermanas”- “¿Cuál Jorgito?” – “Jorgito el de los burgueses”. Pues ni chinitos, ni burgueses. Por otro lado, “Jorge”, bueno, “Jorge Rivera” también me pesaba, porque Jorge Rivera era mi padre, y no obstante, en esos tiempos, “Jorge Rivero” era un tipo famoso, y eso era suficiente para que la gente tuviera oportunidad de hacer una broma, –“¿como te llamas?” – “Jorge” – “¿Jorge qué? – Jorge Rivera” – “Ah! ¿Jorge Rivero?… sí, se te nota”- “…” – claro, porque a parte de ser un enano, era un tilico, un poco más de lo que estoy ahora. Por fortuna, en la primaria, no había otros jorges en mi grupo, sin embargo ya escuchar “Jorge” o “Jorgito” me molestaba. En mi cabeza solo había una idea fija, “éramos demasiados Jorges, Jorge no es mi nombre”.

Cuando entré a la secundaria, fue mi oportunidad, desde el primer momento me presenté como Aroón. Aunque tampoco fue alivio por un tiempo, porque para la foto de los trámites de ingreso, pidieron que mi corte de cabello fuera casquete corto, no sé a dónde diablos me llevaron, pero me dejaron la cabeza como puercoespín, y un uno de los primeros días de clases, a una creativa maestra se le ocurrió llamarme la atención frente a todos y rematar su regaño con “así que mejor guarda silencio chiquipunk”. Por supuesto la odié durante todo el tiempo en el que los compañeros me llamaron así, aunque no fue mucho porque la creatividad y el carisma que entonces tenía me ayudaron (huy si…). Me llevaba bien con casi todos, además de ser el clásico niño que hace reír a todo el mundo, simpatizaba fácil, así que no me costó mucho trabajo convencer a la mayoría de que todos éramos “harbanos”. No me pregunte por qué, ni de dónde saqué semejante estupidez, porque no lo sé, fue una de esas cosas de las que se da cuenta, cuando ya son así… cuando me llamaban “Aroón el harbano”. De cualquier modo, no duró mucho tiempo, después sólo fui Aroón, porque para entonces, yo ya le había declarado mi amor a Leticia y como ella solo guardó silencio, mi carisma se terminó, mis chistes se quedaron mudos, mis sonrisas se fueron a otro planeta, mis risas se suicidaron, mi mirada se fue a la luna…

Erica entró a la misma secundaria, una secundaria pública como cualquier escuela secundaria pública, llena de prefectos mamertos, maestros frustrados malcogidos, directora prepotente, secretarias engreídas e inútiles, pragmatismos en cada ladrillo, cooperativa, niños surtiditos, tostadas raquíticas de tinga, donas de chocolate grasosas, pambazos vergonzosos, el grupito de los pseudofresas, el grupo de los enanos, el maestro de conta con una pierna corta y demasiados sentimentalismos, la maestra de español con barbas y bigotes, el maestro de historia alcohólico, el niño genio envidioso, el niño con ojo de vidrio, la maestra pedófila, el enano estrella del basket ball, el niño chiqueado al que su madre visita hasta en el recreo, las niñas liberales que empezaban a saludar de beso en la mejilla, el mejor amigo, el chico más alto e idiota, los desapercibidos, las niñas de falda corta, los niños rebeldes y traviesos… Una secundaria común, a fin de cuentas. Erica, era bonita y lo sabía, pero era sangrona, creída, razón por la que cuando conocí a Leticia y conforme convivía con su sonrisa ella dejó de existir de a poco. Seis años de amor mudo y de lejos, se fueron al recuerdo en tan solo cuatro o cinco meses, tiempo en el que Leticia conquistó mi corazoncito con su mirada tierna y risa despreocupada. En principio creí, aunque tuviera el tremendo complejo de feo, que era posible, simple y sencillamente porque conmigo ella se divertía, me esperaba en las mañanas para que la hiciera reír. Mi mejor amigo, Antonio Tavares, era mi único confidente, él apoyaba mis planes de confesarle a Leticia que yo estaba enamorado de ella… Nunca antes, había confiado a nadie mis sentimientos, ésta, era la primer vez que me sinceraba con alguien, y sería la primer vez también que me enfrentara al rechazo o la aceptación de frente.

Un día, en una hora muerta, le llamé a Leticia, le dije que quería hablar con ella, para entonces yo estaba muriendo de nervios, pensaba por un lado que no debí haberlo hecho, pero por otro lado eran nervios que estaba disfrutando, su mirada de incógnita, mis ojos desesperados buscando un punto en el suelo en cuál quedarse fijos, ella buscando mi mirada, yo buscando aire para mis pulmones, ella moviendo su pierna que colgaba de la banca en que nos sentamos, yo apretando mis manos a fin de que no se me escaparan las caricias, ella preguntando ¿qué pasa? con los ojos, yo respondiendo para adentro con silencios… “Estoy enamorado de ti”. Silencio… miradas… cuestiones mudas… gestos de confusión, gestos de compasión… “Pero no pongas esa cara tan triste…” – dijo – un abrazo, y fin de la conversación. Yo no interpreté sino que no había respuesta, no había ni rechazo claro, no había aceptación clara… no brincó de emoción… era un “NO”.

A veces uno es estúpido por no aceptar las cosas como son, y aceptar cosas que uno cree y que no sabe a ciencia cierta. Al día siguiente, (mire usted qué cobardía y estupidez), compré unas tarjetitas de esas con ositos todas tiernas y escribí al reverso una despedida, donde explicaba que no podía seguir siendo su amigo porque era doloroso para mí, no sé qué tanto más escribí, pero eso en resumen, no obstante, no se las di, no tuve el valor para hacerlo, las puse dentro de uno de sus libros en un momento en el que ella no estaba por ahí junto a sus cosas. Qué acertado fue el lugar donde las puse, porque en menos de quince minutos ella pasó frente a mi lugar, se detuvo, me miró a los ojos, puso las tarjetas en mi pupitre y regresó a su lugar sin decir nada. Le confieso, que en el fondo, me da tristeza recordarlo, porque en el momento que me vio a los ojos supe que le había hecho daño, supe también que había sido demasiado estúpido, pero las cosas estaban hechas. Me levanté de mi lugar, las rompí, las tiré a la basura, el dolor me inundó, salí del salón…

La lección que había aprendido era muy fuerte, muy extensa, muuyy. “Las palabras no se mandan en tarjetitas de ositos”.

Ya había cometido el error, y me costó más de una noche de llanto y arrepentimiento, porque en el fondo la extrañaba, extrañaba su risa, su compañía, su cercanía. Yo había puesto una barrera entre ambos, y fue una barrera infranqueable, porque en los dos años y medio que restaron de cursar secundaria, no volvimos a cruzar palabra, hasta el día de la graduación, día que por cierto, uno termina bañado entre harina y huevo y agua y rayones en las camisas.

Cuando pasé a segundo, sabíamos (la familia), por aviso previo de mi padre, que mi medio sobrino estaría en la misma escuela, mi madre se empeñó en hacerme creer que la otra familia era detestable, aprendí el odio de platicado. El primer día de clase, no sólo había entrado al grupo un chico nuevo, sino varios, entre ellos estaba Jesús Rivera, era un güerejo, alto, y como yo traía odio preparado, lo veía con desconfianza, más, porque como chico nuevo y como güerito, llamaba la atención de las niñas, así que no fui el único que le echó miraditas de coraje… (¿se da cuenta?, aún no era adolescente y ya tenía aprendido un machismo leve territorial, qué detestable). Después resultó que era un verdadero zopenco y el pegue que traía de chico nuevo se derrumbó, además, para sorpresa mía, no era el único chico nuevo con apellido Rivera… Jorge Iván Rivera… otro lelo, que sin embargo, era mi medio sobrino, él tenía los mismos aprendizajes que yo, es decir… el odio familiar heredado. Sin embargo, yo tenía otras razones para odiarlo, ya le había comentado, él, era el niño al que mi padre le compraba juguetes caros cuando éramos pequeños… A pesar de ello, yo no le odiaba por eso, es más, nunca le odié, aprendí a fingir que le odiaba sin que se notara… no sé si me explico, en la secundaria, nadie sabía que éramos sangre de la misma sangre y dos Jorge Rivera en el mismo grupo, era visto solo como una malsana casualidad. Para fortuna de ambos, ni él ni yo, nos llamamos Jorge alguna vez en la secundaria, él era Iván, yo Aroón. Algunas veces, intercambiábamos miradas de odio (aparente), y a la vez de común acuerdo de mantener en secreto la familiaridad.

(...Leticia no me hablaba.)

En alguna ocasión, en clase de Español, tuvimos que montar una obrita de teatro, ya se imaginará usted, estuvimos en el mismo equipo, y no sólo eso, en la obra que representamos, nuestros personajes tenían una pelea en la casi culminación de la misma. Los ensayos estaban bien hasta esa parte, porque solo decíamos “bueno, en esta parte, tu y yo nos peleamos”, el ensayo seguía. Pues, otra vez, usted ya se imaginará, la maestra nos felicitó porque la pelea fue muy real, somos unos actorazos, tanto, como para que una pelea real, pareciera actuación.

Después de eso y de estar en el grupo para chicos con problemas mentales, es decir, el grupo selecto que necesitaba orientación psicológica, aprendimos, cada quien por su lado que el odio de las familias no tenía nada qué ver con nuestras vidas, por supuesto jamás fuimos los mejores amigos ni mucho menos, pero por lo menos dejamos de vernos feo.

Mi amigo Tavares, antes de la escuela, escuchaba la misma música que su padre, norteñas y rancheras, yo, mala influencia, lo introduje primero al house, luego al rap, le enseñé a bailar y después teníamos sueños de hacer un disco y planeábamos la foto de la portada de nuestro LP, aunque hubiera sido mala inversión porque pronto apareció el Disco Compacto en la vida cotidiana. Además, nos dejó de gustar esa música, él ahora es punk… y yo, no tengo idea. Tavares fue mi amigo desde el curso de regularización para presentar el examen de admisión a la secu, casualmente, no, no, causalmente, entramos al mismo grupo, fuimos amigos inseparables por tres años. Él, siempre bondadoso, siempre buen amigo, divertido. Además de él, estuvo también Daniel, éramos, creo, los más bajitos de primer año, juntos formábamos el grupo de los enanos, grupo que se ganó, gracias al maestro de conta, el sobrenombre de “Los monkikis”. Los primeros dos años, este maestro se mostró duro, burlón, y hasta nefasto, al final de la secundaria supimos por qué se comportaba así, resultaba ser un sentimentaloide, cuando realizamos un convivio de despedida en el taller de contabilidad, a la hora del discurso, el maestro se soltó a llorar, curiosamente, con nosotros Los Monkikis, porque de cierto modo, según sus propias palabras, éramos sus hijos. Es el único maestro al que me han dado ganas de visitar, pero por una razón u otra nunca lo he hecho. Tal vez, un día, cuando termine de contar esta historia lo haga.

(...Leticia no me veía.)

Tuvimos, en tercer grado, una maestra de historia que era joven, tenía veintiséis años en ese entonces, ella era de cierto modo guapa, por lo menos así le parecía a algunos compañeros, a mi en particular no me gustaba, aunque he de confesar que me llamaba la atención que llevara faldas cortas y se sentara frente al grupo sin problemas de vergüenza porque se le vieran los calzones. Un compañero, que considerábamos un poco más vivido que nosotros fue novio de la maestra, por supuesto, para ella, todo era secreto, para él no, porque nos contaba todo. A fin de cuentas, a ella ya no le importó que lo supiéramos cuando organizó la excursión a un balneario con motivo de la graduación. Desde la ida empezaron a darse besuquísimos sin ninguna clase de pudor. Él y otros pocos compañeros ya fumaban en ese entonces, cosa que descubrimos también en el viajecito ese, pues no sé en qué momento se me ocurrió aceptar la invitación del cigarro Marlboro rojo que me ofrecieron, por supuesto seguido de las instrucciones básicas para fumar, porque desde ese día, con casi quince años de edad, empecé a fumar y no lo he dejado.

(...Leticia desaparecía…)

Es curioso que recuerde más cosas del fin de la secundaria que del transcurso, pero finalmente, la secundaria fue como una enorme laguna para mí, en la que solo existían unos poquitos de pensamientos. Recuerdo, sin embargo, la tarde en que, la psicóloga nos puso un ejercicio en el que debíamos decir qué parte de nuestro cuerpo ofreceríamos, (hipotéticamente) a cambio de tener o conseguir ese algo que más deseara cada uno de nosotros. Pues estuvo difícil decidir, porque no habría ofrecido nada sino fuese obligatorio realizar el ejercicio. Por supuesto mi respuesta no fue como la de la chica que dijo “Yo daría mis piernas a cambio de que mis papás me dejaran salir a las fiestas”… ¿se imagina? ¿Querría de verdad ir a las fiestas sin piernas?. Mi caso era difícil, no había algo de mi cuerpo que pudiera intercambiar por el amor de Leticia, y qué bueno, porque a fin de cuentas ese intercambio me habría llevado por otro rumbo quizá, no me veo ahora por ejemplo sin dedos o sin manos, o sin brazo, o sin nariz… Pero se tenía que hacer el ejercicio y aunque era lógico el resultado, o sea, que la psicóloga supiera a ciencia cierta qué era lo que nos frustraba o lo que nos robaba la atención, terminé por ofrecer… “yo doy, un dedo de mi pie izquierdo a cambio del cariño de Leticia”… Ella dijo “¿eso vale lo que quieres?”, no, no, por supuesto, pero no quiero estar con Leticia si no tengo manos para acariciarla, o una pierna que me haría falta para caminar de la mano con ella, o mi nariz para darle besitos de esquimal…

No ofrecí lo suficiente… ella no vino… no la acaricié, no caminé de la mano con ella, ni le di besitos de esquimal… en cambio, tengo todos mis dedos.

El día que el curso se dio por concluido oficialmente, como le comenté antes, fue el día que volví a cruzar palabras con ella, aunque dolorosa fuera la historia, hubiera sido tal vez más, si ella, al momento de la rayadera de las camisas no me hubiera reservado un espacio limpio en el hombro izquierdo y me lo hiciera saber a través de mi amigo Tavares. En el fondo ella me quería también, ese día lo supe, aunque de cualquier modo, no de la misma forma en que yo la quise… Estúpido novecientas cuarenta y tres veces, porque hubiera sido mejor disfrutar de esos años de su risa, que pasarlos a un lado como vil sombra.

...Leticia se fue, ahora solo es pasado...


Sunday, October 10, 2004

VI La mujer que vuela

El poema

Las cosas habían cambiado mucho, a pesar de que el viaje no fue largo, fue el tiempo suficiente como para que mi vida tomara un rumbo extremadamente distinto al que dibujaba antes de ello. Mi pasado oscuro iba del rap al industrial, aunque poco tiempo antes de irme, había empezado a escuchar un poco de música en inglés, guns, aerosmith, nirvana; un poco de rock en español, héroes, caifanes, soda. Pero la verdad de todo este asunto, es que estaba más influenciado por el rap, razón por la cual, cuando me falsificaron mis documentos allá en Chicago, tuve la suficiente naquez en la cabeza como para cambiarme de nombre a uno que sonara más rapero. Jaja, Kriss George. (Sí, mi cara de mexicanote y… Kriss George. Jajaja).

Durante el vuelo de regreso, me encontraba colmado por sentimientos diversos, por un lado, regresar significaba no sólo volver, sino también aparecer, no sé si usted me entienda, pero aparecer quería decir un nuevo yo, no Kriss George por supuesto, sino un yo que sueña, un yo que venía impregnado de olor a viento, de olor a sueños compartidos, olor a la mujer del ensueño… olor a mandarina; por otro lado, regresaba a la vida de antes, la vida que había dejado atrás, no en el tiempo ni en el espacio, sino atrás en una etapa de mi vida. Mi capacidad de asombro había crecido, (aunque la perdiera en el 99, y la recuperara de nuevo, años más tarde, pero eso se lo relataré a su tiempo), para entonces me asombraba tanto, me maravillaba tanto del océano de espuma blanca que se me presentaba tras atravesar el cielo gris, que no permitía la entrada de ningún rayito de sol, todo hasta el horizonte, hacia cualquier dirección era un norme colchón blanco de algodón. Mientras el avión hacía su trayecto, yo no podía dejar de pensar en los abrazos que me esperaban, Sadoth y el beso que nunca le daría y por supuesto, en la mujer del ensueño. En mi libreta venían mis primeros apuntes poéticos, los primeros esbozos de los después eternos gritos de búsqueda.

Sabe usted que si viaja por avión como menor de edad, no puede salir del aeropuerto si no lo recoge un mayor?… bueno, yo no lo sabía, esto fue razón suficiente como para que me quedara toda la tarde varado ahí hasta que fue mi madre por mi. –Jaja–, más de cuatro meses de independencia y libertad de movimientos y decisiones en una nación extraña, como para que no pudiera dar un sólo paso, yo solo, en mi país. Pero así eran las cosas. “No jovencito, usted no se puede ir si no viene por usted su padre o tutor”. Maldita sea de nuevo. “Adultos… ¿qué se creen?” .

El mundo, parece pertenecer a los adultos, sólo a los adultos. A los niños no parece importarles eso, porque a fin de cuentas, ellos crean su mundo propio; con los adolescentes no pasa lo mismo, los adolescentes llevan el rechazo tatuado en la frente, no es un rechazo por parte de los demás, sino simplemente el adolescente sabe que pertenece a ningún lado, no es un niño ya, pero aún no es adulto, nadie lo toma en serio, sus problemas pueden ser tan fatídicos como los de los adultos, sin embargo este mundo no está hecho para los adolescentes, al menos así es como se dibuja la adolescencia. Había que crearse un mundo, yo ya había empezado, reconstruía mi nueva adolescencia, que más sabía a transmutación que a adolescencia, aunque, a fin de cuentas, ese mundo fuera tan deficiente y tramposo como el de ellos, los adultos.

Mi regreso a la vida familiar fue tan grato como el regreso a la vida escolar, sin embargo, a pesar de que en ambas hubo cambios de posición importantes, la vida escolar fue la que definitivamente marcó mi vida. En la casa, había ganado terreno, había adquirido una posición importante, tanto que mi padre, después de esa ocasión no se atrevió a golpear a mi madre de nuevo, exceptuando, por supuesto, una ocasión que por cierto, fue años después. Bueno, no le había platicado esa parte, sucede que a veces, la memoria nos hace juegos y trampas, uno cae, pero irremediablemente uno regresa a las cosas que se escondieron, porque ellas explican, de cierto modo, algunas o muchas otras. Mi padre tuvo la costumbre de golpear a mi madre, eso sucedió desde siempre, es decir, desde que yo recuerdo. Ese, quizá fue uno de los varios motivos por los que mi madre atravesó por periodos difíciles. Mi padre, como le había platicado antes, con el dinero que tuvo se fue convirtiendo en una persona horrible, persona que afloraba cuando él estaba tomado, cosa que sucedía cada fin de semana. Usted dirá que estoy loco, pero la verdad de todo, es que no puedo decir que mi padre haya sido malo, es verdad, él hizo cosas malas, pero sé que en el fondo, se sentía mal de hacerlas, o por lo menos eso quiero creer. Por lo menos quiero pensar que en algún momento de la vida, se arrepintió de todo ello. El punto es que para cuando regresé, el había atravesado por una crisis muy fuerte, y de hecho, no solo él, era pleno noventa y cuatro, a finales, es decir, vísperas de la devaluación del peso. Sin embargo, la crisis que mi padre había sufrido era otra, era crisis de poder, porque mi viaje le había afectado en lo más profundo, de cierto modo sentía culpas, y por otro lado, había sido brincada su autoridad. Por ello, después de eso, no le era fácil ponerse a los golpes con mi madre, porque se había dado cuenta hasta entonces, que nosotros, sus hijos, ya no éramos unos escuincles idiotas. La ocasión en que volvió a pegarle a mi madre, estaban encerrados en su cuarto, así que de un golpe rompí la puerta, le caí encima a mi padre y lo sujeté con tal fuerza, que me pidió que lo soltara porque lo estaba lastimando y se puso en posición de ataque-defensa, era un buen momento para desquitarme de aquel karatazo de la infancia, sin embargo eso no lo pensé por supuesto, yo no podía dejar de ver el tremendo hematoma que le había dejado a mi madre en la frente, yo solo podía sujetarlo, no sé de dónde me habían salido fuerzas. Quiso ponerse a los golpes conmigo, sin embargo, la historia familiar de los golpes a mi madre, me hizo más pacifista que el más pacifista. Razón por la cual, cada vez que se suscitan golpes en algún lado, termino más nervioso que los golpeados y los golpeadores, las novias de los golpeados y las abuelas de todos ellos juntos. Pero esa ocasión, él sabía que mi poder no procedía de la fuerza, y era un poder al que él temía, optó por calmarse. Mi padre, vio en mí, a mi regreso, fuerza, voluntad e inteligencia, eso era algo para lo que él no estaba preparado, porque antes, se esmeró demasiado en tratar a todo mundo como estúpido, nosotros no éramos la excepción, de hecho puede ser que estuviéramos en su lista como los primeros estúpidos, pero cuando yo no estuve, sus perspectivas hacia nosotros cambiaron demasiado y nosotros, es decir toda la familia. Esa fue mi primer conquista familiar, había logrado una especie de victoria para todos, aunque fuera simbólica. Reconoció que me veía distinto, que me había sentado bien el viaje según sus palabras. En el fondo, sé que su pensamiento era “podría decirte que ya eres un hombre, pero no lo haré”. De cualquier modo, si lo hubiera dicho, probablemente me hubiera quedado grande el titulito, porque finalmente, mi adolescencia a penas estaba tomando forma.

En la vida escolar encontré la mayor parte de las bases fundamentales de mi vida. Empezando porque, al regresar, me encuentro con que mis amigos también tuvieron una transformación en mi ausencia, transformación que no tenía nada qué ver con mi ausencia por supuesto. Mi amigo el que se sentía fresita y no se sentaba en la banqueta ni en ningún lado si no lo limpiaba primero o si no había un papel que le sirviera de protección antimugre, para evitar que se ensuciara su ropita, se había convertido en un hippie, le llamaban “el hippieteco”, además de haber pasado por su pequeña etapa de punk, aunque ya no me tocó verlo en ella. Mi amigo el árbol, seguía siendo un árbol, pero ahora más maduro, sus silencios (razón por la que lo denominé árbol) ahora estaban llenos de nuevas sabidurías… aunque pensándolo bien, probablemente solo callaba y ya, aunque no tuviera nada en mente, pero por lo menos parecía más sabio. Ellos, junto con Chris, Fabián, Jaime y Aline, conformaron mi familia escolar, familia que como en todos los casos se separó porque cada uno tomó un rumbo distinto. Sin embargo, aún están ahí, y, aunque nos vemos poco, aún podemos vernos con tanto cariño como entonces y de hecho, puede ser que aún más que antes, porque ahora lo que nos une va más allá de la convivencia, nos une nuestra historia, la historia que definió la vida en consecuencia de cada uno de nosotros.

En ese entonces, Los más allegados a mí, eran Oscar (el hippie) e Iván (el árbol), ambos habían entrado en un mundo para mí desconocido hasta entonces… “el mundo de los libros”. La literatura se había vuelto una pasión incansable, pasión que me contagiaron de inmediato, entonces llegaron a mí, Mario Benedetti y Herman Hesse, Pablo Neruda y Jean Paul Sartre, Oliverio Girondo y Frederic Nietzche, García Márquez y Jaime Sabines… Todo ello, acompañado, por supuesto, del ajedrez, mundo también desconocido para mí, hasta entonces. La vida, después del ajedrez, nunca pudo volver a ser la misma, había aprendido a verme dentro de un tablero enorme de ajedrez con miles de piezas. Las tardes se convertían en cerveza y filosofía, entre Platón y Sócrates, Pitágoras y Da Vinci, el arte y la religión, la sociedad y las prostitutas, los padres y los mendigos, el negocio de la lástima y la crisis del país, la política y el TLC, la historia y los críticos, los historiadores y el cine, la cerveza y la poesía, la forma geométrica de la verdad y la espiral del tiempo, la virginidad y la pinche madre…

Descubrí entonces, horizontes nuevos, mundos nuevos, palabras nuevas, sentimientos nuevos, y por supuesto, sueños nuevos y con ellos… nuevos ensueños, que por cierto, llamaba entonces desprendimientos. Mis escritos comenzaron a ser más frecuentes y más necesarios, aunque en ese entonces, los temas de mis poemas eran lo suficientemente abstractos como para que ahora, me cueste trabajo comprenderlos, tenía mi técnica de escritura libre, que consistía en apuntar toda palabra que viniera a la mente, después de haber formulado una idea básica. Las palabras, a veces, no las conocía, pero las apuntaba, porque supuestamente yo, tenían que ver con algún conocimiento del archivo acásico o conocimiento heredado, por lo que después, me dedicaba a buscar los significados de dichas palabras y entonces mis escritos cobraban sentido. No me detuve ahí, inventé una que otra palabra también, por supuesto con significado propio.

En la literatura descubrí, no sólo historias y cuentos y sentimientos y bla-bla-bla, sino también, que la palabra es poderosa, fundamental, tanto, como el consecuente dialéctico silencio. Uno aprende no sólo palabras que embellecen, ni lo bello en las palabras, sino también lo bello que puede haber en los silencios. “Aunque un mismo silencio, sea distinto para todos”. Y muy a pesar de todo, no estaba listo, aún, para el silencio.

La vida académica mejoró sobremanera debido a que el cambio me hizo tener mayor conciencia sobre la temporalidad y la responsabilidad, mis primeros cuatro semestres que habían sido un fiasco y el viaje me colocaron en sexto semestre, con veintiún materias reprobadas de veintiséis que habían transcurrido, tenía que remediarlo pronto porque no podía darme el lujo de perder más de un año, por lo que se pude decir que en un año y medio pagué todas las asignaturas que debía y las que transcurrieron de sexto, además de eso, pagué con intereses porque después de todo, resulté excelente alumno de lógica y física y presenté varios exámenes extraordinarios en lugar de mis amigos, por lo que se entiende que falsificamos credenciales y toda la cosa, para hacer posible todo ello. Exámenes que aprobaba con B o MB y me hacían ganar una cerveza o un café, no les pedía nada, eran mis amigos. ¿Sabe usted que mi padre no nos daba dinero mas que para el pasaje? Bueno, pues eso es otra historia triste, porque cuando uno estaba en la escuela y los amigos decían “qué onda, vamos a comer algo ¿no?”, uno no tenía más remedio que decir, “güey… no tengo dinero” – “vamos por una gordita, son a uno cincuenta…” “neto, no traigo dinero” – “no hay pedo, yo te invito”. Situación que fue común, situación que también tuvo giros dado que aprendimos a hacernos de dinero, a Chris se le ocurrió sacar dinero de los teléfonos, en ese entonces eran de monedas, él introducía un popote por la ranura de las monedas, hacía ciertos movimientos y de pronto ya estaban saliendo las monedas por la ventanita donde caían las monedas cuando no se completaba la llamada. Oscar, conseguía condones por cajas en el Seguro y comenzó a dar platicas a los grupos de los primeros semestres, sobre sexualidad y sobre el uso del condón, regalaba los condones y pedía coperacha. Lo mío era la vendimia, revendía las fichas de pago de los exámenes extraordinarios, las filas eran tan inmensas y tardadas, que la gente prefería pagar los cinco pesos que les pedía por ficha, a esperar tres horas y pagar veinte centavos. En algún momento, también hicimos, entre todos, Historias académicas falsas, los chavos pagaban bien por ellas, porque preferían pagar entre veinte y cincuenta pesos, a tener broncas familiares por haber reprobado materias. Tal vez parezca malo, pero la verdad es que lo hacíamos por ayudar a que menos jóvenes tuvieran problemas en sus casas. Ja ja, eso no es verdad, pero sonó bonito. No nos importaba, lo único que pensábamos, era cómo procurarnos dinero para las gorditas, las tortas el café o las cervezas, según el día. Con ellos igual, aprendí a patinar, a jugar Ténis de pared, a escuchar música clásica y a volar papalotes, ¿Ha volado usted alguna vez un papalote? Es algo maravilloso, sencillamente maravilloso, me encantaría, una tarde, volar uno con usted.

Lo que le platicaba, mi adolescencia, también fue como cualquier otra, sin embargo, tuve la fortuna de estar cerca de ellos, mis amigos, quienes de cierto modo, me formaron.

Una ocasión, en la escuela proyectaron un filme, que presentaba de modo poético parte de la vida de Oliverio Girondo. “El lado oscuro del corazón” filme mágico, hermoso, con un guión hecho a partir de palabras de Girondo, Gelman y Benedetti principalmente. Ahí, empezó la historia de este poeta menor, que saca citas de los mayores, que hace malos fusiles, que repite en todo momento fragmentos que recuerda de poemas de sus autores favoritos. Ahí nació, también, el sobrenombre para la mujer del ensueño… “La mujer que vuela”

La mujer que vuela, compañera, amante, amiga, todo… Presente siempre, en cada paso de mi vida a partir de aquél ensueño.


Espantapájaros 1

Me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias
o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso si! - y en esto soy irreductible -
no les perdono, bajo ningún pretexto,
que no sepan volar.
Porque si no saben volar,
pierden el tiempo conmigo.

(Espantapájaros 1 versión usada en el filme*)
Oliverio Girondo



POETA MENOR

I
Sólo soy un poeta menor,
sólo un payaso,
tal vez sólo un aficionado
tal vez sólo un niño.

Poeta menor, payaso y solo,
que quiere hacer a una mujer
algo más que sólo una mujer,
quiero arrancarla del mundo
y hacerla al universo,
quiero llevarla a mi silencio
y al infinito,
hacerla reina de mi mundo
y diosa de mi religión,
llenarla de rezos y plegarias,
y volar con ella toda la altura
viajar en un viaje de dos
por encima de toda la materia
más allá de la misericordia
y de la compasión.

Quiero hacerla a mis ojos
y verla volar y volar con ella.

Mas sólo soy un poeta menor
sólo un payaso
pero por encima de todo
soy un ingenuo,
un ingenuo sólo.

II
Un poeta sólo,
que sufre de soledad vacía,
un poeta menor que saca citas de los mayores,
y de filósofos y pensadores
un poeta que sueña a ser poeta,
y mi soledad vacía se desborda de tan vacía,
¡Una inspiración sin musas!
¡Mi soledad vacía que sea mi musa!
pero de ella sólo puedo decir
que es tan vacía...
que cabe en ella el universo.

Aroón Rivera
(1995-1996)