Monday, May 29, 2006

X La mujer que vuela (Continuación)

La soledad me daba patadas en el trasero cada vez que podía, cada vez se hacía más insoportable la incipiente necesidad de hablarme, de responderme, de hablarme al espejo no con una verdad sino con todas mis verdades.

El amor por Luna fue creciente, siempre creciente. Ella sabía lo enamoradizo que yo era, pero siempre estaba, ella lo sabía en primer término, no había alguien que yo quisiera más que ella. “Eres, en este momento de mi vida, la persona que más me duele”, se lo dije alguna vez. Yo sabía cosas de ella que nadie más sabía, y el caso era recíproco. La confianza que nos teníamos nos unía, quiero pensar, en algo un poquito más allá de la amistad. Conocía, de ella, por ejemplo, que atravesaba por una etapa feministoide, es decir, un poco más exagerado que el simple feminismo. Odiaba cualquier tipo de manifestación machista, odiaba, por decirlo de algún modo, todo acto que la llevara a pensar en un hombre. Pero esto, era solo una manifestación de sus propios reclamos, en el fondo, ella quería experimentar la pasión y la sexualidad, cosa que no sucedía con su novio. Desconozco las razones, pero puedo, eso sí, aventurarme a creer que el tipo la veía como una niña bonita de esas que no se tocan. Por más que ella trataba de incitarlo, el terminaba despidiéndose. Ella necesitaba soltar su cuerpo un poco, dejarlo expresar cosas por sí mismo.

La mujerzota entró en mi vida de modo un tanto extraño. Ella me agradaba, me gustaba mucho, la veía pasar, la contemplaba, pero nunca me atreví a hablarle por la simple razón de que me parecía como esas personas lejanas, con las que uno no puede ni soñar. Era bellísima, alta, quizá de la misma estatura que usted. Su cuerpo bello y su piel hermosamente blanca. Estudiaba artes visuales, a veces estaba vestida con un overol de mezclilla, a veces con vestido sofisticado, otras en falda larga, era, poco predecible su aspecto, pero su paso por la escuela era inconfundible. Una tarde, coincidí con ella en la fila de la cafetería, Luna me esperaba cerca, yo estaba formado tras Maru, la mujerzota, no nos vimos de frente, pero estuvimos observándonos a través del reflejo en un cristal del aparador de los dulces. Nos sonreímos levemente, como con miedo a no ser correspondidos. No nos dijimos nada, no nos volteamos a ver directamente a los ojos, nada. Cuando salí de ahí, Luna me comentó que la mujerzota me había estado viendo, yo no pude ocultar la sonrisa. Dentro de todo, Luna, siempre buscaba verme contento y feliz, ella sabía que Maru me encantaba.

Maru desapareció un tiempo. Tiempo suficiente como para que ya se hubiera guardado en mis recuerdos más usados. Desapareció, en el momento en el que decidí hablarle. Una noche reapareció. Yo estaba de salida ya de la escuela, caminaba con Luna hacia el transporte. Nuestras miradas se encontraron, se fijaron un instante, yo seguí mi paso. Al llegar a la parada del pecero, me despedí de Luna “Tengo que regresar” “eso es tigre, que te vaya chido”. Regresé.

Maru, se conmovió un poco al verme de vuelta, se le dibujó el nervio, trató de controlarlo. –¿Puedo charlar contigo un momento?- solté sin más prejuicio. –Claro- asintió, al momento en que se apartaba del lugar en el que se encontraba. Hablamos un rato, nos leímos poesía otro tanto, ella escribe también. Pero, más que los labios, nuestros ojos hablaron. Finalmente, tras un rato en el que el nervio no le desaparecía, pregunté si se encontraba bien, y no, no lo estaba, porque su novio estaba justo a un metro de nosotros. Yo no sabía de su existencia, esa noche lo supe, llevaba muy poco tiempo con él.

El tiempo pasó, nos hicimos algo así como cómplices, ella no sabía qué hacer según sus propias palabras, porque sentía una especie de compromiso con su novio, no sabía cómo manejar la situación, yo le encantaba. Buscábamos pequeños espacios para vernos, nos buscábamos la mirada cada vez que estábamos cerca y la situación no apremiaba el acercamiento. Volvió a desaparecer. Todo entre nosotros habían sido palabras y miradas… lo más poderoso. Podía ser ella, pensaba…

Hicimos un viajecito a las grutas de Tolantongo, grutas que, creo dejaron de existir a raíz de un derrumbe. El lugar, en algún momento era paradisíaco, aguas termales, río, grutas diversas, bosque, leña, barbacoa, campamentos, fogatas, guitarras, en fin. En el momento de nuestra visita, los lugareños habían destruido un poco de la naturaleza, ya sabe cómo somos de nacos algunos mexicanos. Construyeron albercas, horribles por si fuera poco, baños apestosos, muchos negocios y ya no se podía cortar leña, no, la vendían carísima, cobraban por cruzar el río, cobraban por subir a las grutas, cobraban por noche de campamento, cobraban la entrada, bueno, usted sabrá, mexicanos que quieren hacer negocio por todo. Fuimos varias personas, Karol, Víctor el burguer, Maurichi, Leslie la diva, después dívidi, Luna, Pavel y yo. Ese campamento nos dejó muchas cosas hermosas en el recuerdo. La primer noche, tras haber recorrido rápidamente el lugar, hacer la fogata, embriagarnos poquito, comer huevos con champiñones que cocinó el Burguer y las historias de miedo que se cuentan frente al fuego, decidimos acostarnos. Maurichi, Leslie, Luna y yo, en una tienda, los demás en la otra. Maurichi y Leslie dormían ya, o por lo menos eso nos hicieron creer,Lunay yo platicábamos en voz baja, ninguno podía conciliar el sueño, tan solo dormir a su lado siempre fue grato, respirar su olor, sentir sus respiros, era tan hermoso como para olvidarlo y quedarse dormido. Ella, tras un rato de silencio y darme la espalda, decidió incorporarse un poco, sacó algo de una bolsa… yo seguí boca arriba con los brazos cruzados tras la cabeza. –¿Quieres mandarina?- me dijo. –No muchas gracias- respondí torpemente. –¿Quieregs mangdarina?- insistió con tono un poco imperativo y otro tanto como diciendo “imbécil?”, al mismo tiempo que giraba su rostro hacia mí. Cuando vi su cara, mi cuerpo experimentó un poco de incertidumbre como emoción. El gajo que tenía en la boca y que me estaba invitando, cambió para siempre mi concepción de las mandarinas. La mandarina, jamás volvió a ser lo mismo… Cuando ésta se acabó, y nos quedamos sin pretexto para seguir besándonos, simplemente nos reconocimos como seres que pueden expresarse sin pretextos… Esa noche, su cuerpo recibió mis caricias y besos, tanto, como el mío estuvo cerca para recibir toda su pasión guardada. Al día siguiente, sin decirlo, entendimos que era un secreto entre nosotros, por lo que nuestros encuentros se vieron reservados a cada rincón en que nos encontrábamos a solas. Y esos rincones, los fuimos buscando en cada momento.

En esa época, tras haber experimentado mi etapa gris y solemne, me diseñe una estrategia para impedir que siguiera dominando la pesadumbre, “El día feliz” se llamaba, cualquier cosa que pasara no era tan importante ni tan fuerte como para impedir que el día se echara a perder. La maestra me sacó de la clase… “no importa, porque hoy es un día feliz”. Probablemente nos reprueben en foto por no traer el trabajo completo… “no importa, porque es un día feliz”… así era la dinámica y me funcionaba, mi entorno se modificó un poco, porque esa disposición que tenía ante la vida, aunque fuera apoyado en el bastón de mi estrategia, realmente me permitió cambiar mi aspecto y por ende, la gente comenzó a percibirme distinto, en consecuencia, mi mundo se abrió un poco y algunas personas se acercaron. Me estaba permitiendo acercarme a la gente y permitiendo que la gente se acercara, borré, por decirlo de algún modo, ese muro ilusorio que me mantenía dentro de mi cabeza.

Al regreso de ese pequeño viaje, las cosas entre Luna y yo, no fueron como yo deseaba que fueran. Simplemente nos seguimos llevando como amigos, pero ello, causó un gran golpe en mis entrañas, porque en el fondo, yo le amaba, aunque estuviera enamorado de mil mujeres, a ella le amaba, verdaderamente le amaba. Poco a poco, fuimos dibujando una pequeña línea que nos separaba, tratábamos de borrarla, pero nuestros comportamientos no encontraban muy bien la manera de hacerlo. Mil veces estúpido, me dejé llevar por la inseguridad y otro tanto por celos.

Fue entonces, tras un tiempo de lucha conmigo mismo, que decidí escribir un diario. Más que una constancia de mis actos, una fórmula para decirme la verdad en algún momento del día.

En esa época, empezaba a darse un ambiente político un tanto turbio. Se generó el llamado “Plan Barnés”. La movilización estudiantil había comenzado, las asambleas informativas comenzaban a ser cosa frecuente en las distintas explanadas de la escuela. Luna, estaba interesada en el movimiento estudiantil, pero no tanto como en ese tipo blanquito y estúpido llamado Gibrán. Es mi ardilla la que habla, no yo. Yo estaba celoso, lo reconozco, ahora lo reconozco, en ese tiempo yo no sabía lo que me pasaba. Solo me comportaba como niño emberrinchado. Mi cabeza estaba en conflicto, yo no podía concebir la idea de que hubiese sido solamente usado en ese campamento. Maru aún no aparece.


Cont.
Parte 2 (El diario)…

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