Saturday, September 11, 2004

II La mujer que vuela

El primer ensueño

A veces uno no sabe exactamente por qué hace las cosas, éstas tiran de nosotros quizá, y no nos queda sino interpretar algo, darle forma, construir situaciones, conocer a ciertas personas, dar determinados pasos, la gente muchas veces lo llama casualidad, yo le llamo precisión, me gusta creer eso simple y sencillamente porque sé que nos movemos en más de un plano, nos comunicamos en más de un canal, nos llamamos a veces desde lo más remoto y otras desde la superficie. La causalidad.

Mi padre había hecho uno de esos abandonos exprés, un pretexto bastaba para que agarrara sus trajes, sus corbatas y sus botellas, las aventara a la cajuela del auto y se marchara siempre con la amenaza de no volver. Nosotros dependíamos económicamente de él, siempre fue así, por lo que su mejor arma siempre fue dejarnos sin un peso, era su manera de saberse necesitado, aunque para ser sincero siempre se le extrañaba y no era por el dinero, nosotros nunca hemos sido muy expresivos entre nosotros. Mi madre siempre tenía que lidiar con eso de los préstamos, los ahorros y todos esos menesteres que hacen las madres con tal de alimentar a sus pollitos. Él volvía una noche cualquiera como si nada y, bueno, no podíamos poner resistencia, independientemente de que era su casa, de que se le extrañaba, la verdad es que se le necesitaba, porque para cuando volvía, por supuesto con una tremenda borrachera encima, su coraje había pasado y las deudas empezaban a ser molestas. En algunas ocasiones, cuando nosotros éramos más pequeños, no teníamos otro remedio más que llamarle por teléfono y decirle que necesitábamos dinero para tal o cual cosa, a veces venía cerca de la casa, previa cita, nos daba lo que necesitábamos, abrazo, beso y adiós de nuevo. Eso no incluía algún peso o algún beso para mi madre. Se hacía el rudo, en el fondo sabía que ella era la única mujer a la que el había amado, pero le costaba tanto decirlo que en la vida solo recuerdo una vez que salieran esas palabras por su boca, pero eso fue en los últimos días de su vida, cuando, aunque no sabía que moriría pronto, en el fondo tenía la sensación de que el tiempo se acababa, porque ese año se la pasó intentando hacer esas cosas que no se había permitido por falta de tiempo, por sobra de orgullo y por vergüenza. Su abandono esta vez fue un poco más prolongado de lo ordinario, quizá porque ninguno de nosotros dio señal alguna, quizá porque su orgullo había también envejecido y por lo tanto se había vuelto más refunfuñón, no lo sé, el caso es que no volvía. Mi hermana la mayor tenía ya casi dos años de casada, estaba a punto de tener su primer bebé y estaba viviendo en la ciudad de los vientos, Chicago. Yo tenía dieciséis, cursaba el CCH en el plantel de Naucalpan, mi vida académica se había vuelto una verdadera porquería, de veinte materias que había cursado hasta el entonces fin de cuarto semestre, solo había pasado cinco, y eso, porque había maestros que eran un poco barcos; me había dado por el desmadre, las cervezas, el rap. Si yo sé, usted puede reírse si quiere, pero fui rapero y siempre me ha dado vergüenza reconocerlo, aunque en ese entonces me llenaba de orgullo porque no era nada malo para bailar, con decirle que tenía unos amigos igual raperitos con los que hacíamos coreografías, ja ja, tuvimos el coraje suficiente como para bailar en un circo, ¿puede usted imaginar eso?. Le llamo mi pasado oscuro. Aún y todo, fue divertido, es divertido recordarlo. No le platique a nadie, es mi pasado oscuro. Atravesaba por una adolescencia un poco turbia, como cualquier adolescencia, claro, pero a medio desmadre, de pronto, tenía que resolver una situación económico-casera, porque entonces decidí que no le pediríamos más nada a mi padre y comenzaríamos a valernos por nosotros mismos. Ah, pues fue entonces que decidí irme como buen mexicano, a los United States, a trabajar, además podía aprovechar para conocer a mi nueva recién sobrina.

En qué me ocuparía, no tenía idea, solo sabía que mi hermana y mi cuñado me ayudarían con eso, mi cuñado se dedicaba a la construcción, le iba bien y podía emplearme alguien de su familia, casi toda estaba allá y se dedicaban a lo mismo. Me prestó dinero para pagar un coyote que me pasara por Sonora Nogales, viajar a Tucson, Phoenix, agarrar un avión y llegar triunfalmente a Chicago. Mi padre regresó a la casa un día antes del que yo partiría en mi viaje a la aventura, tenía que pensar rápido, tomar una decisión, por un lado yo había armado ya todo un show, por el otro, la razón decía que ya no necesitaba irme, porque finalmente la cosa económica estaba resuelta. Si no lo hacía, podía seguir en la escuela, no me alejaría de Sadoth, la niña de la que estaba supuestamente enamorado, mi familia no tendría que preocuparse por mi, ni yo tendría qué trabajar para enviar dinero a mi casa. Pero yo había armado una historia nueva, tenía que hacerlo porque de no ser así, mi padre habría ganado de nuevo, habría hecho trampa otra vez, pero esta vez me habría vuelto cómplice. Esa noche, cuando llegó y nos sentamos a la mesa a cenar, le dije que me iría al día siguiente, su semblante cambió, la seriedad en su rostro siempre fue algo que daba miedo, más que cualquier cosa que pudiera decir o hacer, su rostro serio siempre fue algo que imponía, era su mejor manera de declarar quién manda; esta vez, por primera, se terminó el juego, yo tenía una decisión sobre mi vida, tenía la autosuficiencia para mandarme a mi mismo, para hacer algo en lo que él ya no podía opinar. Preguntó por qué, “porque tenía qué hacer algo, no podía quedarme a esperar que regresaras”. Quiso convencerme de lo innecesario del viaje. Mi decisión estaba tomada. Algo, muy detrás de todo ello me estaba jalando a ese lugar, todo lo demás era solamente la circunstancia, el medio. El fin no lo conocía, pero justificaba todos los medios.

El viaje en autobús fue largo, yo leía a cada rato la carta que Sadoth escondió en mi mochila la tarde que me despidieron en la terminal.

¿Sabe usted lo que hizo el estúpido coyote?, me dejó esperándolo en el hotel de Sonora como cuatro días. Días en los que las cosas más comunes a mi me parecían las más inverosímiles, por ejemplo, la noche que sonó el teléfono de la habitación y al responder había una voz femenina que me decía “Oye bebé, ¿quieres compañía?”, -“no, no se preocupe, estoy bien, gracias”- ¿en qué cabeza cabe? Yo creía que una mujer que me había visto por ahí en el hotel se había preocupado por verme solo, ja ja, ya sé que es ridículo, pero eso es lo que yo pensé y seguí pensando hasta la noche que el coyote estuvo en el hotel y él sí quiso compañía, eso me aclaró las cosas. Una tarde estaba en el balcón del hotel tomándome una coca cola de lata, yo veía hacia el otro lado de la frontera, analizaba un poco el movimiento de los ilegales, de la migra, de la gente que coyoteaba a los paisanos y no podía sino preguntarme cómo habría de pasar yo y en qué momento, la verdad es que no analizaba demasiado, solo soñaba despierto, veía pasar los autos, veía las calles y los semáforos que me parecían de un mundo inaccesible, todo olía como a juguete nuevo que no se puede abrir hasta después de la cena, estaba un poco impaciente y emocionado; un tipo malandro se acercó, se recargó en el balcón, observó unos instantes el mismo paisaje que yo tenía al frente, sacó un cigarro, lo encendió, saqué un cigarro, lo encendí. -“¿Vas a cruzar?”- preguntó. Me encogí de hombros… -¿Quieres coca?- soltó sin más. –No, aquí tengo, mira, gracias-. Ja ja, uno era inocente.

Antes de que el coyote fuera al hotel, su primer contacto fue a través de un achichincle al que mandó por mi, éste me contó el plan. Esperar a las ocho de la noche, brincar la reja de unos cuatro metros de alto, correr como chingado pollo, esconderme como ratero de cuarta en un arbusto y esperar que llegara por mi un auto que me llevara a casa del coyote. Pues, bueno, el plan estaba bien, a mi así me parecía, porque a fin de cuentas a los dieciséis uno no mide consecuencias, a fin de cuentas, uno es ilegal y está a punto de violar leyes, frenta a un igual uno no puede, sino confiar. El caso es que todo salió conforme al plan hasta la parte del auto que me llevaría a casa del coyote, porque, era un auto, pero público. Por supuesto, migración detiene a la mayoría de los taxis. El mío no fue la excepción. Después de vaciar mi mochila, bolsillos, zapatos y quitarme todo tipo de colguijes, me subieron muy amablemente a la camioneta, iban bromeando, yo sonreía, ellos también. Yo no entendía nada, ellos lo sabían. Más bromeaban. Estuve toda la noche encerrado junto con los delincuentes juveniles, no era un separo para delincuentes, claro, pero los chicos que ahí estaban sí lo eran, para ellos parecía ser una cosa muy ordinaria y estaban hasta emocionados porque no les habían quitado sus tachas (porque uno de ellos las escondió en una abertura que le había hecho a su pantalón en la parte del cinturón), y mismas que se metieron al instante y terminaron tan mal que se golpearon entre ellos. Yo solo miraba de reojo. Finalmente se llevaron a uno, el más violento y lo aislaron según pude entender. La fiesta estuvo en paz. (¡Huy qué fiestón!). La mañana siguiente nos llevaron de desayunar unos cuernitos de Burguer King, cuernitos que solo tenían queso, a mi no me gustaban mucho los quesos por lo que me di el lujo de regalarlo, el muchacho de la tacha no le hizo feo en lo absoluto, lo devoró con entusiasmo. Esa mañana me regresaron a Sonora y ahí estaba de nuevo en el hotel, otra vez, pero casi sin dinero. El tipo de la recepción ya me conocía le expliqué mi estado, se conmovió, así que me hizo un descuento en una habitación que le sobraba. Llamé de inmediato a la casa del coyote, gritando, exigiendo, que fuera él mismo por mi, que dejara de mandar a gente estúpida que me enviaba en taxi, trató de convencerme de que enviaría a alguien que fuera más cauteloso. No lo logró, exigí su presencia de inmediato, por la tarde noche ya estaba en el hotel.

Estuve aún dos días en su casa, porque tuve que esperar a que trajera a otro rancherito que mandaría también para Chicago. El pobre nunca había salido de su rancho, nunca había visto un autobús, nunca había estado en una carretera, nunca nada. De pronto, de un día para otro, estaba volando en un avión, así que imagínese su cara cuando la nave empezó a moverse y luego a tomar velocidad y despegar. También era mi primer vuelo en avión, pero por lo menos los había visto antes, estaba familiarizado un poco con el good morning y el please y el thank you. Él no tenía ni la más remota idea de lo que sucedía cuando las aeromozas hacían todo su show; pensaba que ya había valido madres el vuelo. Lo mismo cuando pasaron a ofrecer la bebida, el pensaba que ya le estaban pidiendo sus documentos. Pero de alguna manera, de no haber sido por él quizá me hubieran regresado a México a penas diera unos pasos en el aeropuerto de Chicago, porque mi hermana no estaba enterada, gracias al coyote, de que yo llegaría esa noche. Al rancherito sí lo fueron a recoger, uno de sus hermanos, muy amigable. Yo desconfiaba porque me decía, “vente con nosotros, yo te llevo a la casa de tu hermana” -“no debe tardar en llegar”- decía yo, más que para tratar de disuadirlo, para tratar de convencerme a mi mismo de que mi hermana iría por mi. –“No seas tonto, te van a agarrar, vámonos, ahorita le hablamos a tu hermana, le pido su dirección y yo te llevo”-. Para cuando llegué a casa de mi hermana, yo ya había cenado, y estaba ebrio, porque en casa del hermano del rancherito hicieron fiesta de bienvenida con pozole y cervezas y música mexicana. Así como me había convencido de salir del aeropuerto, me fueron convenciendo primero de tomar una birria (cerveza), luego un pozole, luego otra birria y otra, hasta que estaba algo ebrio, de pronto se les ocurrió que yo tendría ganas de llegar a casa, ¡Era probable! ¿no?.

Llegué a la casa que nos indicó mi hermana, que afortunadamente no era la suya, porque lo primero que pensé fue “a qué fiesta del terror me metieron”. Era casa de la suegra, ya ve usted lo que dicen de ellas, la verdad no era exactamente una bruja, pero su familia se llevaba de calle a Ren y Stimpy, eran tan puercos, que si comían cacahuates en el sillón, el sillón mismo era el bote de las cascaritas. La tarja de los trastes se inundaba entre platos, agua y desperdicios de comida, no los lavaban todos los días, no recogían la basura, se bañaban, yo creo, porque no hacerlo sería ya demasiada desfachatez, el trabajo era los suficientemente polvoriento como para que, una persona, fuese quien fuese, no pudiera soportarse a si misma sudando durante la noche. Aunque se atrevían a pasarse horas viendo la televisión después del trabajo antes de ir a bañarse. La casa desde fuera, se veía igual que ellos.

Esa noche, de tan estupefacto que iba, entre las cervezas y el desconcierto, no me acordé, siquiera un poco, de mi sobrina recién nacida. Mi hermana tuvo que recordarme su reciente existencia, para que yo tuviera la sutileza de preguntar por ella.

Estaba claro, había llegado a un lugar que no me correspondía, pero había llegado. La casa de mi hermana era cuarenta y siete veces más decente, por lo que esa noche, pude dormir tranquilo después de una semana de viaje.

No podría decirle exactamente lo que pensé cuando a las siete de la mañana me despertó el movimiento en la casa, porque, por un lado, yo iba con la idea de que trabajaría con mi cuñado, entonces ver que estaba listo para irse mas bien me preocupó porque yo me había quedado dormido, pero por otro lado me causó una gracia infinita ver su atuendo, cosa por la que le hice burla a mi hermana todo el día. Llevaba unos pantalones muy viejos, unas botitas café claro, una sudadera gris toda maltrecha unos guantes llenos de bolitas de goma y un casquito de plástico todo ridículo. No pude evitar soltar la carcajada en cuanto salió de la casa, obviamente después de explicarme que yo trabajaría con uno de sus hermanos. Cosa que no fue exactamente grata, porque así como vi a mi cuñado esa y todas las mañanas siguientes, tuve que vestir en adelante porque el trabajo que me consiguieron fue en lo mismo. El mundo de la construcción. El primer día de trabajo, me sentí humillado, porque la burla ahora era de mi hermana hacia mi, ahí estaba yo también con mi casquito ridículo. Además, el trabajo que se me asignó era de los más pesados, todo el día estar haciendo mezcla en una carretilla, con un azadón, acarrear los bultos de un lado a otro, acarrear las cubetas con mezcla de un lado a otro, barrer de un lado a otro, cargar los andamios de un lado a otro. Poco a poco me fueron enseñando a hacer el trabajo fino, que era el tuck point, aunque no estoy seguro del nombre porque ellos solo lo llamaban “tai pon”, nunca pude corroborar el nombre porque todos lo llamaban igual y está claro que solo trabajaba con familiares, ninguno hablaba bien, ya sabe, “parkéate aquí”, “púchale ahí”, “esqüízale fuerte”.

Las tardes se habían convertido en paseos por las calles cercanas a la casa. Las probabilidades de charlar con alguien eran casi nulas, porque, afortunadamente vivíamos en un barrio americano. No es que me estuviera volviendo racista ni mucho menos, pero ¿sabe lo que es ver a sus paisanos bigotones, vestidos con pantalones aguados de mezclilla morada y camisas amarillas abiertas a la mitad mostrando pelo en pecho y con sombrero de paja? Pues ese es sólo un caso de los incontables que hay en los barrios latinos.

La soledad empezó a hacerse más explícita, quizá las primeras tardes no lo notaba simplemente porque estaba entretenido en un aparador nuevo, así era todo para mi. Un largo aparador de cosas nuevas, palabras nuevas, gente nueva, caras blancas y negras, maniquíes, autos, dólares, cemento y arena y la escoba. Todo era nuevo y a la vez prestado, era un mundo en el que yo estaba como espectador interactivo, no podía no verlo, no podía dejar de estar ahí, me hacía partícipe de una u otra cosa, pero no era mi mundo, no parecía mi realidad, era como un sueño muy profundo. Renacían en mi los problemas existenciales por los que había pasado a los nueve años, cuando me deprimía y me encerraba en un cuarto de la casa desde donde se ven a lo lejos cerros llenos de lucecitas, lugar en que me preguntaba cómo era posible que existiera tanta gente, que yo fuera tan pequeño e insignificante, ¿Qué estarán pensando esas personas ahora?, ¿Quiénes serán?, ¿Por qué mi hermana no me quiere?, ¿Dónde estará Erica en este momento?, ¿Por qué nací siendo yo?.

Las tardes en Chicago empezaron a volverse reflexivas y de a poco, en tardes depresivas, leía la carta de Sadoth, me reconfortaba pensar que se realizara su deseo de besarme en cuanto regresara, según su carta. Cosa, que por supuesto no sucedió, porque para cuando volví ni ella se entusiasmó de verme ni yo sentía lo mismo por ella, en realidad no estuve enamorado de ella, había sido solo una obsesión, cosa que no pude reconocer sino mucho tiempo después. A fin de cuentas, el viaje me había costado el estigma del mal de amores.

Una mañana de agosto, mientras el break, aleteaba cerca de mí una mariposa. No podía dejar de verla sin pensar en los amores frustrados de mi vida, pensaba en Erica, Leticia, Blanca, Carolina y Sadoth; ellas no estaban, no estarían más, eso era una certeza. No podía explicar el profundo vacío que se apoderó de mi esa mañana. Terminó el break, Ellas se fueron… la ilusión también. Desde ese momento la soledad comenzó a hacerse insoportable, yo no podía hablar de mi vida con mi hermana, eso nunca fue una cualidad entre la familia, la vida íntima fue siempre algo vedado para los demás, era algo más que sólo personal, era algo infranqueable. No tenía amigos ni conocidos con quien charlar, era estarse solo, completamente solo en una tierra ajena. Ya no me gustaba el rap, empezó a llamarme el rock nacional.

Las caminatas se extendían un poco cada vez, era, a la vista, algo patético. Las noches extrañas regresaron a mi vida, pero esta vez con una razón expresa. Decirme que no estaba solo en el mundo. El primer capítulo importante fue la noche que, al estar acostado, de pronto había alguien a mi espalda, respirándome en el cuello, mi cama se volvió infinita hacia atrás, había, todo un mundo que comenzaba desde atrás de mi y terminaba en el infinito, pero ese alguien ahí estaba, yo no podía moverme, no podía decir nada, él seguía respirando. Luché un poco contra la sensación de impotencia, hasta que pude, por fin, moverme, todo había desaparecido, sus respiros, el mundo atrás. Mi cama había vuelto a su tamaño habitual.

No hubo una explicación, no la busqué, estaba claro que los trastornos del sueño habían vuelto. Las experiencias de ese tipo se volvieron frecuentes; ninguna relevante como la primera ni importante como la de la mujer que vuela.

Estaba sentado en una banca, en un lugar casi completamente blanco, ya que tenía matices grisáceos en algunas partes, ella llegó, yo le esperaba, conversamos algunos silencios con una que otra sonrisa. Caminamos después, corrimos, jugamos escondidillas en lugares ocultos dentro del blanco, reímos mucho, nos abrazamos, nos dijimos sin palabras todo lo que había qué decir. Nos besamos, apretamos nuestras manos y salimos volando. Una alarma de auto se activó con el trueno, no fui el único en despertar esa noche de tormenta. Fue la primera vez que sentí miedo por una tormenta, aunque me maravillara de lo impresionantemente hermoso que se veía cuando la calle era iluminada de un azul pálido cada vez que un relámpago aparecía, por supuesto seguido de un enorme trueno. Fue difícil conciliar el sueño, con esa tormenta, tras el primer ensueño.

4 Comments:

At 4:22 PM, Blogger Noire Princess said...

...El leer tu relato me transporto a un lugar que hace algún tiempo visité...Esé lugar que se empolva conforme pasa el tiempo y se va llenando de olores, letras, envolturas de chicle, mariposas con las alas rotas, lagrimas y noches en vela...
...En mi caso, puedo decir que el recuento fué bastante extraño, fué sentir, añorar, querer olvidar...

Me ha gustado mucho tu escrito...espero con ansias la continuación... por que supongo que hay alguna o no¿?

Besos

 
At 10:07 PM, Blogger Poeta sin palabras said...

Gracias por el comentario Erzsebét, me da gusto que te agrade el relato. No sé si te vaya a decepcionar el resto de la historia, pero créeme, no está siendo contada para ser agradable. Solo intento hacer un retrato de mi vida.

De cualquier modo, te avisaré en cuanto esté el siguiente capítulo.
Por lo pronto, no cierres la ventana. El encierro equivale a reservar del mundo, solo un rincón tranquilo.

(perdón por tomar prestadas las palabras de Benedetti)

 
At 3:34 AM, Blogger Akima said...

Me uno a la opinion de Erzsebét, es sencillamente impresionante como escribes, yo tambien esperare ansiosa el siguiente capitulo de la historia (aunque no sea agradable)

Besiños

 
At 10:04 PM, Blogger Poeta sin palabras said...

Hola Akimita:
Gracias de nuevo por el interés. Te aviso también cuando suba el tercer capítulo.

¡No me pongan nervioso porque se me escapan las palabras.!

 

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