Sunday, September 26, 2004

V La casa nueva

Cuando llegamos a esta casa, la colonia estaba desierta, los cerros estaban despejados y verdes, tanto, que en vacaciones de verano, nos gustaba subirlo en las mañanas, pero solo hasta La roca madre, una enorme bola de piedra justo en la punta del cerro menor. Pararse sobre ella, era equivalente a sentirse dios y hormiga al mismo tiempo, el viento golpeaba con tal fuerza que uno tenía que flexionar un poco las rodillas para saber que no saldría volando, al tiempo de sentirse poderoso en las alturas, por encima de todo. En tiempo de lluvias crecía La chocolata, lugar que utilizaban los renacuajos para nacer desesperados a ocultarse, mientras se iban metamorfoseando lentamente. A fin de cuentas, el caso no era solo haber cambiado de casa sino de vida, ¿qué diferencia puede encontrar un niño entre correr en un basurero buscando cochecitos sin llantas y muñecos sin brazos, a correr sobre pasto y buscar renacuajos y ranas en un charco de lodo?, la diferencia, la sabía entonces, “no se busca, se encuentra”. Aunque esa lección la olvidase después de unos años, para volver a entenderlo ahora, después de unos cuantos golpes en la frente.

Estaba a punto cumplir los siete años cuando nos mudamos aquí, edad, en la que mis padres creyeron prudente bautizarme, ya que, siendo de una familia de católicos y, ya que Dios nos había ayudado tanto, no podía quedarme al margen, la cuestión es, que mi bautizo fue a la vez confirmación y comunión, había que aprovechar la fiesta y evitar gastos, por lo que de un mismo jalón, bautizaron, confirmaron y procuraron la comunión, también, para mis dos hermanas mayores. Pero no sólo eso, se debía aprovechar la fiesta al máximo, así que mi madre hizo la comunión también. Hubiera sido poco prudente, no aprovechar la fiestísima, para que mis padres se casaran por la iglesia al mismo tiempo, así que fue también, una hermosa boda. La misa, por supuesto fue una cosa eterna, porque tantas cosas eran suficientes para repartirse por lo menos en tres misas, cosa que no sucedió. Antes de todo eso, solíamos ir a misa todos los domingos, misa que yo odiaba, porque tenía que levantarme antes de las siete de la mañana, nunca me gustó levantarme temprano, aunque en aquel entonces, por lo menos tenía el hábito, ya que, cuando vivimos en casa de la abuela teníamos que levantarnos a las cinco para poder llegar a tiempo a la primaria, cuando la entrada era a las ocho. Las misas de los domingos, mi padre solía verse como burgués, en ese entonces, ya tenía la costumbre del dinero, por lo que le gustaba siempre quedar bien, el diezmo que él entregaba, era, yo creo, tanto como el gasto de la casa, en una semana, quizá, él pensara que era preferible quedar bien con Dios que con sus hijos, o quizá, simplemente trataba de sobornar a Dios para que no le recriminara que siendo un mujeriego, tuviera el descaro suficiente como para casarse en la iglesia, eso no lo sé, ni siquiera es asunto mío, él hizo su vida. Cada cuál la suya. La fiesta, hubiera sido una perfecta fiesta de pueblo, claro, si no hubiera sido en esta casa tan pequeña, porque para entonces la familia tenía familiares y amigos, la misa estaba atascada de gente. –¿Por qué ahora somos tan pocos?– Y aunque la casa, también se llenó de gente, estaba claro que muchos de los invitados a la misa, no fueron invitados a la fiesta.

El chistecito de la comunión, me costó un poco de la fe que yo hubiera podido tener, porque, para que usted se dé una idea, mi madre, en su empeño de hacernos los más creyentes y santos de un día a otro, se desesperaba pronto de que no nos pudiéramos aprender el catecismo, por lo que se ayudó de métodos que pensaba infalibles, por supuesto fallaron tanto, que ahora ni siquiera recuerdo en qué palabras versa el dichoso catecismo. Sus técnicas avanzadas de aprendizaje eran, colocarnos de rodillas con los brazos abiertos como cristo, pero con un ladrillo en cada mano, sin poder bajarlo hasta que repitiéramos de memoria el recital ese. Mis amigos jugaban en la calle. Yo, memorizaba las palabras dictadas por el catolicismo. “Dios castiga a los pecadores, pero más castiga a los burros por no aprenderse sus palabras”. En esos momentos educativos, ni mi madre, ni nosotros, sabíamos que la misa sería tan larga, que el padre no tendría la menor intención de hacernos una sola pregunta. Finalmente, era como haber exentado una materia en la escuela, estudiar mucho, para no hacer examen. Me convertí en católico.

Cuidar el jardín era mi obligación, tenía que barrer y lavar las piedras de la entrada, cuidar las flores, arrimarles tierra, cortar el pasto, regar las plantas… Aunque al principio odiaba esa actividad, después me sentía orgulloso cada vez que felicitaban a mi madre por tener el jardín más bello de la colonia, las vecinas, se morían de la envidia, no solamente no tenían un jardín, sino que, de tenerlo no tendrían quién se los cuidase y mantuviera tan bello como el de mi casa. Independientemente de que a mí nunca me gustaron, estaba llenísimo de rosas, aprendí a no espinarme mientras les quitaba sus hojas secas. –¿que si esto es un simbolismo?–, por supuesto, todo en mi vida fue simbolismos.

La infancia se me iba pensando en Erica, suspirando por las cosas que nunca me decía pero yo inventaba, suspirando por los soliloquios que sostenía con su fantasma, hábito, del que nunca he podido desprenderme… hablo sólo todo el tiempo. En la escuela, cuando ella estaba, mis palabras simplemente se escapaban fuera del alcance de mi razón, cosa, por la cual nunca le dije nada, siempre le amé de lejos. –Ja, ja– el día de la graduación, en la fiesta, ella me sacó a bailar… nunca lo hubiera imaginado, ella se había acercado, después de los largos seis años que mantuve mi amor lleno de silencios, por primera vez, por última, a estar un instante, solo un instante, únicamente conmigo. Era tanto para mí, que no pude sino pensar que se trataba de una broma de la que no me haría partícipe, simplemente porque no quería despedirme de ella, desde el fondo de la humillación. Para cuando estábamos en tercer grado, yo moría de preocupación, solo de pensar que ella fuera a estudiar en otra escuela que no fuese la misma en la que yo estuviera. Niño, era un niño, con un amor tan puro, como solamente un niño de esa edad puede concebir.

El primer amigo que tuve en la colonia, era un niño dos años menor que yo, es decir, él tenía cinco. Jorgito, tocayo mío, hijo de una vecina que vivía a tres casas de la mía. Los terrenos baldíos como el que había frente a mi casa, se llenaban de toda clase de hierbas, chapulines, arañas y miles de girasoles. Yo jugaba más a cuidar a Jorgito que a jugar de verdad, aunque fracasara en mi juego, porque una tarde en la que habíamos decidido cortar girasoles para llevárselos a nuestras respectivas mamás, el se atravesó la calle en cuanto hube cortado el primero, lo dejó en mi jardín, volvió a atravesar la calle… nunca llegó al otro extremo. La camioneta azul que pasó encima de él, nunca se detuvo, –¡Mamáaaa!, ¡Jorgiiiito!– Mi madre me metió a la casa, mientras llorando a lágrima viva y desesperación y poco entendimiento, fue a dar aviso a la mamá de Jorgito, que habían atropellado a su hijo. Yo no entendía aún lo que era la muerte, hasta ese día. Mi amigo, había muerto.

La colonia se llenó de topes enormes, de comités de seguridad, de vigilancia, pero Jorgito nunca volvió a jugar conmigo, sólo vino a volver loca a su mamá, porque ella no dejaba de verlo en cada rincón de la casa, de tal modo que tuvieron que mudarse de ahí. La señora nunca me perdonó no haber sido yo el que se atravesara a dejar el girasol, me veía con rencor y aunque los demás la disculpaban por esas cosas, diciendo que estaba trastornada por la pérdida de su hijo, yo nunca me lo perdoné tampoco a mí mismo. No pude borrar nunca, la imagen del zapato que salió volando en el momento del accidente.

Mis hermanas empezaron a tener sus amiguitas también, niñas con las que yo igual convivía, pronto comencé a jugar más los juegos de las niñas porque solo tuve hermanas, cosa que me dejó los juegos de la casita, las Barbies y Ken, el doctor, los monitos de papel, la tina de agua para resbalar desde la entrada de la casa hasta la reja, bañarse con las niñas… Luego vinieron Los Amos del Universo a rescatarme, aunque el Castillo Grayskull me duró únicamente una semana gracias a que la tarde en que lo dejé por unos instantes en el jardín, se lo robaron. Esa tarde, luego de siete días de la llegada de los reyes, yo buscaba el Castillo, hasta debajo de la cama, cuando sabía perfectamente que no estaba ahí, no podía concebir que mi castillo hubiera desaparecido. En el closet, no estaba. No entendía, por qué no lo encontraba. En el horno, no estaba. ¿Quién pudo habérselo llevado?. En el refri, no estaba. ¡Mi castillo!. En el jardín… ya no estaba.

Encontré nuevos amigos, niños, con los que pude poner en práctica mis tan bien estudiadas reglas de batalla, brincábamos entre la tierra, entre las hierbas y las arañas y los girasoles. Cada objeto podía ser una bomba, cada piedra una trampa, cada flor un cuartel, cada uno de nosotros un comandante, claro, después de pasar las pruebas correspondientes, suficientes, para ser el líder.

A veces, escucho decir a la gente que cómo quisiera volver a ser niño simplemente porque no tenía preocupaciones, quizá sean entonces demasiado viejos para haber olvidado que la niñez tiene sus preocupaciones y sus cosas serias. Yo por ejemplo, que tenía mis existencialismos desde los nueve, cosa que ya le había contado, pero lo que no le había dicho, es que parte de ello, era porque mi hermana la mayor no me quería, o por lo menos no demostraba ninguna clase de cariño, por el contrario, me arrastraba de los cabellos por toda la casa cada que tenía oportunidad de lucirse frente a sus amigas. Nunca le guardé rencor por eso, por el contrario, solo me preguntaba ¿por qué tenían que ser así las cosas?, ¿por qué yo era ten feo?, ¿por qué mi hermana no me quería? ¿Por qué Erica no estaba a mi lado? ¿Por qué me sentía como extraño? ¿Por qué me sentía como niño adoptado? ¿Quién soy yo? ¿A qué vine a este mundo?.

¿No le había dicho que Erica y usted podrían tener parecido en los rasgos? Probablemente, sean solo cosas que como con el cuento, trato de ajustar un poco, no lo niego, puede ser que la razón me juegue trucos como toda la vida, porque para serle y serme sincero tendría usted más parecido a Leticia, mi amor de la secundaria, pero la secuencia sería otra si tratara de explicar las señales en una cronología lógica. En pre-primaria, con cuatro años de edad, apareció Erica en mi vida, sería la persona más parecida a usted en el entorno en que me desenvolvía. Porque cuando pasamos a secundaria, Erica fue a la misma escuela que yo, sin embargo, apareció Leticia y ella, entonces, ocupó mi cabeza por los siguientes tres años. Erica, pasó a la historia como mi primer amor inalcanzable. Leticia, el segundo. Y usted, mientras, vivía su escuela primaria, también buscando el amor, y siendo el amor inalcanzable de alguien.

A fin de cuentas, la niñez está llena igual de seriedades que los adultos son incapaces de comprender. Los adultos creen, que toda la seriedad les pertenece, que todo es el dinero y el carro y la casa y los pagarés y los recibos, las cuentas bancarias y las secretarias, los pleitos familiares y la cena de fin de año. Ignoran, a toda costa ignoran, que los niños poseen más verdades que ellos, y preocupaciones más genuinas. Mi niñez no fue distinta a otras, supongo, quiero suponer que así fue. Pronto aprendí a ser también adulto, porque mi padre se empeñaba en vestirme como un señor pero chiquito, de vestir, con camisita, pantaloncito, con zapatos lustrados, con cinturón de hebilla. Hablar con los señores de la casa, los gastos y la crisis.

Mis vacaciones, aparte de las excursiones al cerro y La roca madre, se me iban en labores de la casa, reparar los contactos eléctricos, lavar la azotea, el tinaco, pintar las paredes, arreglar las piedras del patio para que no fuesen resbalosas.

Así que a los nueve años, estaba preparado para enfrentar la sociedad y sus problemas, razón por la cual, comencé a buscar trabajo, a los diez, fui empleado en una tienda, de la cual no querían que me fuera, claro, porque yo era tan enano aún que podía meterme completo al refrigerador de las carnes frías y lavarlo perfectamente desde dentro (empezaba a tener sentido el entrenamiento de batalla). Acomodar las frutas y verduras, acomodar los refrescos, ir a comprar las tortillas para luego envolverlas en paquetes de docena, lavar el piso y en fin, mil cosas, por la cantidad de tres mil quinientos pesos al día, cantidad que ahora, después de la conversión a nuevos pesos, y la devaluación, sería equivalente a treinta y cinco pesos.

Decidí independizarme, no me gustaba tener a gente sobre mí dando órdenes, ¿aja?, compré bolsas de dulces y paquetes de tamarindos que vendía entre los vecinos y los amigos y amigas de mis hermanas, el negocio prosperaba, hasta que vino la competencia. La mamá envidiosa de un amigo mío, invirtió en un negocio similar para su hijo, yo no contaba con inversión externa, solo con mi dinero, él tenía ventajas, porque su madre compraba dulces americanos y más sofisticados. Ni los chicharrones salvaron mi negocio. Primer empresa que quebré en la vida y no la única por cierto.

Tenía que capitalizarme, moverme a otros mercados, incursionar en nuevas mercancías, así que vendí, cosméticos, fantasía, utensilios de cocina, porquerías y hasta brassieres por catálogo a las señoras. Negocio que no duró mucho porque a la gente le gusta hacerse pendeja a la hora de pagar. No obstante probé también con la joyería, negocio en el que me fue mejor porque hasta la mamá envidiosa del amigo compró algunos dijes de plata, otras señoras compraron anillos con esmeraldas, y muchas personas más, aretes y anillos de circonia. El negocio, igual, terminó cuando un anillo se perdió y entonces el señor joyero, no me prestó más mercancía. Volví a ser empleado, en una tienda, luego en una paletería, lugar de donde me corrieron pensando que yo me robaba el dinero, cuando lo que sucedió era que la niña que estaba de encargada, aprovechaba cada vez que entraba alguien nuevo para robar con descaro y echar la culpa al nuevo, esto lo comprendí el día que me corrieron porque el dueño, me dijo “quiero hablar contigo”, “dígame”, “no puedes estar robándole a la gente, sin que ésta no se dé cuenta”, “no entiendo”, “lo menos que puedes hacer, es reconocer tus errores” “pero yo no hice nada”, “hoy es tu último día”. No me gusta tener a gente sobre mí dando órdenes.

Diez años, once, y yo era tachado de ratero, simplemente por ser honesto, y por no entender aún las trampas de los adultos. ¡Maldita sea!. El mundo es muy complejo.

Durante todo ese tiempo, mi madre había pasado por periodos diversos. Alcoholismo, depresión, trastorno de la personalidad. Cosas, que no entendí sino cuando crecí un poco más.

5 Comments:

At 11:10 PM, Blogger Noire Princess said...

...Hoy me dejaste pensando en la muerte... en los fantasmas que se vuelven parte de uno mismo y caminan a un lado del camino que trazamos...

En mi caso hay algunos que no se han ido...algunos que fueron parte importante de mi vida, compañeros de juegos, amores infantiles, muñecas de trapo... y uno a uno murieron, no todos físicamente... si no que terminaron por pasar de largo ante la aparición de nuevos horizontes...

Gracias por tus palabras... Quizá parezca tonto pero incluso tú sin saberlo te estás volviendo parte de esos seres mágicos que llenan mis frases con sus silencios...

Fantástico como todos los demás capítulos...

Un beso... y de verdad que no me canso de leerte...

 
At 8:51 PM, Blogger Poeta sin palabras said...

Erzsebét... gracias por tus palabras, gracias también, por dejarme espacio entre tus seres mágicos, es como haber recibido una estrellita en la frente por buena conducta...

No pienses demasiado en la muerte, es la vida quien merece la mayor parte de nuestras atenciones.

Un abrazo

 
At 11:18 AM, Blogger Akima said...

Que se puede decir tras todos estos capitulos espectaculares, solo que me tienes encandilada... quizas Erzsebét sepa expresarse mejor que yo, pero sigo animandote a que sigas escribiendo ;) nosotras te leemos

Muchos besiños

 
At 11:20 AM, Blogger Akima said...

Ahhh se me olvidaba perdona por la tardanza de leer el capitulo, he estado algo ocupadilla.

 
At 10:15 PM, Blogger Poeta sin palabras said...

Gracias Akimita.

Lo importante es que te des el tiempo para visitar el relato. Gracias por los ánimos y la buena vibra.

Un abrazo

 

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