Thursday, December 23, 2004

IX El sendero del sexo

(Capítulo editado)

En alguna ocasión, cuando tenía como ocho años escuché en la radio un promocional sobre el uso del condón, al instante le pregunté a mi madre “¿qué es el condón?”, ella, con risita nerviosa, tras una breve pausa, terminó por decirme que era muy niño para entender eso y que me lo diría cuando fuera un poco más grande. Yo creo que ella me sigue considerando un niño porque nunca me dijo nada. Aprendí lo que era cuando aún no terminaba la primaria, tenía unos compañeritos que eran muy precoces y hablaban de cosas que yo no entendía, en realidad, aunque supe lo que era un condón, no podía comprender como para qué servía.

Poco antes de salir de la secundaria, con catorce años, entré a trabajar a una farmacia. De algún modo, sin saberlo, estaba preparando un poco del terreno para mi desarrollo profesional, pero esa es otra historia. En la farmacia era yo el único empleado, el dueño estaba casado y su esposa estaba a punto de dar a luz a un pequeñito de ascendencia Salvadoreña. Hedí, el dueño era buen tipo, o por lo menos se comportaba así, claro, hasta un día que terminó dándome unos golpes contra el suelo porque lo desesperé con provocaciones altaneras, yo influenciado por un amigo llamado Job. Al principio, estaba de medio tiempo porque estaba en la escuela. Aprendí, sin embargo a llenar los pedidos con las claves de los medicamentos y productos, para que cuando llegase el representante de Marzam, el distribuidor, ya no le tomara mucho tiempo levantar el pedido. Aprendí un poco sobre los medicamentos, sus compuestos y sus usos, aprendí sobre enfermedades. A tal grado, y apoyado en una pequeña guía, que en ocasiones hacía prescripciones, por supuesto nada grave, cosas sencillas como, ungüentos para infecciones de piel, tabletas para las molestias de garganta, cápsulas para infecciones estomacales, pastillas para los cólicos menstruales, tabletas para el dolor de muelas, antigripales, etcétera. Las cosas más comunes. Aunque debo referir, eso sí, que alguna vez, por un error estupidísimo, casi dejo ciega a una señora, para colmo hermana de una vecina mía. Ella llegó con su receta, pidiendo Cloramfení para los ojos, yo le di Cloramfení ótico, no oftálmico. Las concentraciones de la sal o sustancia activa, no pueden ser comparadas, los medicamentos de administración oftálmica siempre serán mucho menos concentrados que los de administración ótica. El caso es que regresó a los pocos días sin mejora en sus ojos y, por el contrario, casi con ceguera, independientemente de la tentativa de demanda a la farmacia. Se arregló el asunto cuando se reconoció como error de ambas partes y se asumió como tal, pagando el tratamiento de la señora por partes iguales entre ella y la farmacia.

En alguna ocasión, otro vecino, entró ya casi a la hora del cierre, con aire despistado, volteando a uno y otro lado, mirando en los estantes y volteando misteriosamente a todos los anaqueles, entonces se acercaba y pedía un chocolate como el que está en esa vitrina. Unos chicles de esos. Se paseaba otra vez de un lado al otro. Volvía a mirar entre los anaqueles. Volteaba a verme como con un poco de desconfianza. Regresaba la vista a los estantes. Caminaba, dudaba, ensayaba el gesto. Yo me daba cuenta. No encontraba a la vista lo que quería. Yo sabía lo que quería. Él no se animaba. Volvía a pedir algún dulce, alguna golosina, algo. Buscaba algo con la vista, pero no estaba ahí donde buscaba. Donde buscara no encontraría, en realidad no había, pero él no lo sabía. Tenía vergüenza… “¿Tienes condones?” se animó a preguntar en voz casi baja y con gesto de complicidad, como acordando que yo no dijera nada. Como si yo fuera a publicarlo en Internet, ¿qué le pasa?. “No, no tengo… se terminaron por la tarde”. Qué pena. Hubiera podido decirle que no era necesario que comprara las cosas que había pedido, pero no lo hice por la sencilla razón de que las ventas de ese día habían sido muy bajas, así que cualquier pesito que entrara a la caja era bien recibido. Finalmente supongo que aprendió, que la siguiente vez debe ir directo al grano y dejarse de pendejadas. Pendejadas en el sentido estricto, la timidez y eso. O ¿qué pensaba? que si pasaba más tiempo viendo los dulces saldría el verdadero encargado de la farmacia?. En fin, habrá llegado con su esposa a decirle “¿qué crees mi amor? que no vamos a echar pasión pero te traje unos chocolates y unos chicles de consolación.”

La farmacia fue una parte importante de mi vida. En primer lugar, fue el primer negocio serio del que fui responsable, es decir, el encargado. Había ocasiones en que el dueño no visitaba sino una sola vez a la semana. Mientras, yo abría, limpiaba, atendía, cerraba, hacía los pedidos para resurtir los medicamentos, me pagaba mi sueldo, en fin. Era el chico de la farmacia. Frente al local había un terreno baldío que ocupaban los Boy scout para sus prácticas o reuniones o como las llamen. Yo esperaba ansiosamente las 2:00 p.m. del sábado, hora en que se reunían. Mi ansiedad malsana por ver a Blanca, la niña güerita de ojos claros, boca pequeñísima, cabello quebrado y cachetitos de bolita. Yo la veía sábado tras sábado, la observaba, me brotaba la sonrisa solo de verla.

Aunque yo estaba en la secundaria y estaba enamorado de Leticia, sabía en el fondo que ese era un caso perdido y por más devoción que tenía por ese amor, no podía evitar pensar en Blanca de vez en cuando. La secundaria estaba llegando a su término y yo, nunca había besado a alguien. La semana completa la pasaba pensando en Leticia, suspirando por Leticia, amándola en silencio. En el silencio que yo mismo había impuesto. Un amor ya sin palabras, sin miradas, sin tacto. La secundaria terminó y aún no sabía lo que era un beso.

En ese tiempo comencé a tener amistades con otros chicos de la colonia, porque con los que me juntaba anteriormente dejaron de hablarme porque en alguna ocasión el dueño de la farmacia les quitó su balón de americano cuando éste golpeó los cristales de la vitrina. El dueño no se los quiso dar y pensaron que yo había tenido algo que ver con eso, no entendieron nunca que no era asunto mío. No entendieron que intenté devolverles el balón pero que él no quiso. El caso es que mis nuevas amistades fueron… ¿cómo decirlo?, una nueva etapa, quizá. Entré a un nuevo plano, ellos eran de esos chicos traviesos, de los que se van de pinta, de los que rayan las paredes, en fin, con el tiempo fuimos descubriendo nuevas formas de divertirnos y de hacer maldades. Sin embargo, lo importante es que uno de ellos, Jorge, para colmo, Jorge el gordo, tenía una amiga compañera de su escuela, con la que él quería andar, esta chica tenía una hermana, que cuando nos conocimos, le dijo a su hermana y ella al gordo y el gordo a mi, que yo le gustaba. Esa fue, la primera vez, que supe, que yo le gustaba a alguien, así que aunque ella no me gustaba, le tenía, no sé, cierto agradecimiento. Yo sé que suena estúpido, pero es real. Esto, es algo que solo una persona con complejo de pinche negro feo, podría entender. Así que, a pesar de la timidez de la niña, a pesar de la timidez mía, una noche que les visitamos, platicaba con ella, le pregunté que si quería ser mi novia. Aceptó. Jajaja, lo chistoso, lo hermoso de esa historia, es, precisamente eso, yo no sabía más qué hacer, era tan inexperto en eso, que cuando me dijo que sí, yo no supe si tenía que decir algo, hacer algo, o salir corriendo… me quedé sentado como estábamos, creo que le tomé la mano y nos quedamos callados mucho tiempo, hasta que el gordo se estaba despidiendo y empezó a decir que ya nos íbamos. Aún de la mano, nos levantamos, las rodillas me temblaban. No sabía cómo tenía qué hacerlo. Cerré los ojos, me quedé tieso, o casi. Nos dimos un beso de pollito. Muy tierno.

Virna, es el nombre de esa niña, la primer mujer que tocó mis labios. Fuimos novios pocos días, porque en realidad a mi no me gustaba, y a decir verdad, me avergonzaba que me viesen con una novia. No sé de donde saqué esa clase de pudor, pero supongo, que ese era un rubro tan inexplorado en mi vida que a mí mismo sorprendía, no sé de dónde saqué esas ideas, pero eso me pasaba, quería que nadie supiera que yo andaba por ahí en la calle tomado de la mano de una niña. Desafortunadamente no la quise, me hubiera gustado poder contarle a usted, por ejemplo, que mi primer beso fue de mi primer amor, pero no fue así. Afortunadamente, ella sí sabía besar y aprendí un poco acerca de ese arte. Aunque todo lo que aprendí en materia de besos, desde esa ocasión hasta hace pocos años se quedara en el olvido junto a los labios de alguien que no recuerdo. Pero eso se lo platicaré después.

En una ocasión, sábado después de las 5:00 pm llegaron tres niñas con uniforme de Boy scout a la farmacia, una morenita de chinos negros y largos, otra morena más delgadita y de cabello lacio y la otra, Blanca. Estuvieron ahí un rato, casi como el señor de los condones, pero ellas comprando a parte de los dulces, chupones y jeringas. El caso es que a diferencia del señor ellas no iban por condones, ellas no tenían objetivo de compra. Lo supe cuando al sábado siguiente aparecieron de nuevo pero esta vez en un tono más amistoso y ya casi sin comprar cosas haciendo más plática. No sé cómo fue exactamente pero me hicieron saber que yo le gustaba a una de ellas. Desafortunadamente no era a Blanca sino a Uri, la niña delgadita de cabello lacio. Ellas siguieron visitando algunas veces, yo era feliz de ver a Blanca, aunque el objeto que le traía fuese otro. No importaba, ella estaba cerca diez minutos. Dejaron de ir cuando les hice saber que Uri no me gustaba. Sin embargo para esas fechas, yo tenía unos amigos que eran amigos de ellas a la vez, así que no dejé de ver a Blanca. Por el contrario, una ocasión, muy poco tiempo después de la ausencia de sus visitas a la farmacia, nos encontramos en la calle y ella se acercó a mi y me dijo que quería hablar conmigo. “Si, por supuesto, tú dime cuándo” “Hoy a las siete, te veo aquí mismo” “de acuerdo”.

Volví a mi casa con el corazón hecho un nudo. Por un lado pensaba que me hablaría de Uri. Por el otro no podía dejar de hacerme ilusiones. Me calmé obligándome a no soñar para evitar caídas innecesarias. Acudí a la cita. No pude ocultar mis nervios. Ella ya estaba cuando yo llegué. Traté de disimular, trataba de mostrar seguridad, mis palabras salían casi como cortadas, pero salían. “Dime” “quieres hablar aquí o vamos a otro lado?” “como quieras” “aquí entonces” “Y bien… qué querías decirme?” “uhmmm… que tu me gustas”. Ya se imaginará mi cara, no la puedo describir. La conversación duró poco, cerca de 15 minutos. Le dije que ella también me gustaba, claro, después de una charla bastante estúpida que tuvimos porque yo trataba de asegurarme que ella no me estaba tomando el pelo, ese tipo de cosas, en mi vida, eran… inexistentes, hasta entonces. Nos despedimos, quedamos de vernos de nuevo, me dio un beso a media boca y se fue.

Esa tarde noche, volví a mi casa con algo más que temblor de rodillas, mi mente no podía dejar de hacerme bromas. Sí, mi mente me hacía pensar cosas absurdas como que todo eso era un plan para algo maquiavélico, que alguien quería burlarse de mi o algo. Ya sabe, cuando uno empieza de paranoico, es difícil evitar que las pendejadas invadan los pensamientos. Finalmente, dejé de pensar en esas cosas porque la emoción ganó por encima de todo y me dejé llevar… Fue fácil enamorarme porque a fin de cuentas llevaba tiempo ya que ella formaba parte de mis pensamientos. Empezamos una relación, divertida y no, porque pasábamos las tardes en su casa, su madre trabajaba todo el día, así que yo iba a su casa y ahí estábamos, no sé, a ciencia cierta qué hacíamos, pero se nos iba la tarde, platicábamos mucho, jugábamos.

Su casa era muy amplia, ella solo vivía con su madre y un perrito del cuál no recuerdo el nombre, pero el caso es que era demasiada casa para ellas dos. El cuarto en el que ella y yo pasamos esas pocas tardes era el cuarto de juegos y tareas, porque, aunque podía llevarse muy bien con su mamá, no estaba bien que estuviera sola con un chico en la casa. Además, yo no era un novio oficial ante su madre, claro, era peor, “¿cómo va a estar sola la niña con su novio toda la tarde encerrada en la casa?”. Yo era el chico que le estaba ayudando con las matemáticas, el chico que tenía la gentileza de usar sus tardes para enseñarle matemáticas a la muy burra. Jaja, no era cierto, por supuesto. Del cuarto de juegos se podía acceder a una pequeña terraza en la que había una escalera que conectaba con la azotea. Dicha escalera, de metal, de amplios escalones, servía también para sentarse y observar el cielo, en particular si ella se sentaba en el cuarto escalón y yo me quedaba parado al pie del primero y luego flexionaba las rodillas quedando a la altura de su cara. Más, si el ambiente se tornaba nocturno y si su rostro adoptaba un aire de seriedad y serenidad, y volteaba al cielo. De las pocas tardes que pasé con ella, de los pocos días que fuimos novios, el mejor recuerdo es una tarde en esa escalera.

Aprendí a ver el cielo por ella. Esa ocasión, ella relataba que solo una ocasión había visto algo raro en el cielo, algo como una estrella fugaz. Ella describía esa estrella como un punto luminoso que se desplazaba lentamente en el cielo. Yo pensaba que no era tan fugaz entonces. Ella miraba el cielo. Justo en el momento en que ella hacía la descripción de aquel cuerpo celeste, apuntó al cielo y dijo “exactamente como esa”. Miré, efectivamente había una estrella desplazándose lentamente por el cielo.

No podía ser una casualidad, eso debía significar algo, pero por lo pronto, yo tenía que aprovechar para pedir un deseo porque, las estrellas fugaces no tan fugaces, no se ven todos los días. ¿Cuál fue mi deseo?… Yo sé que no se debe responder a una pregunta con otra pregunta, pero… ¿Qué habría deseado usted?.

Esa relación terminó la tarde en la que yo la estaba esperando en casa de una de sus amigas donde nos habíamos reunido, pero ella salió a la papelería a comprar no sé qué cosa. Pero ella tardaba y tardaba y tardaba… salí de casa de Azyadé, caminé hacia la papelería, ella no estaba ahí, pronto la encontré pero estaba ahí, parada, hablando con su ex novio. Por cierto el tipo me odiaba y regaba por ahí, entre la gente, que me golpearía. Yo tenía miedo, pero no mucho. Ellos estaban platicando, yo observaba a distancia, ella no me había visto. De pronto, él le dio un beso en la mejilla, supuse que se estaban despidiendo, pero siguieron ahí. Parados. Platicando. Yo me encabroné, hice drama, lo reconozco, me vi mal, pero lo hice, caminé rápidamente pasé por un lado de ellos, no volteé a verlos, me fui. Lloré, lloré toda la tarde.

Por la noche fui a buscarla, estaba desesperado, No tardé en encontrarla, pero cuando me vio puso gesto de molestia. –“quiero hablar contigo”– dije – “no, ya no tiene caso”,– respondió. Ahí terminó todo, y sufrí amargamente por esa primer relación en la que había cometido un error estupidísimo. Los celos. Decidí, nunca más volver a ser celoso. Y aunque me valió el efecto por algunos años, reconozco que algún día, esos celos malsanos volvieron a mi ser.

Después de Blanca, ese asunto de las novias, no fue ya un asunto tan ajeno, aunque sí complicado y lento. No recuerdo muy bien cuánto tiempo pasó desde que terminó la relación con ella, para que yo empezara otra, pero supongo que fue un periodo poco largo.

Ya empezando el nivel bachillerato, en CCH Naucalpan, como ya le había mencionado. Mientras yo pasaba de ese sistema de reclusión de las secundarias públicas, a un sistema en el que todo va por cuenta propia, es decir, que si uno estudia y entra a clases es por voluntad y no porque lo estén correteando ni vigilando, también mis actividades se iban transformando, mis amistades. Por supuesto, ya sabrá cuáles fueron las consecuencias, bueno claro, los resultados ya se los platiqué. Primer y segundo semestre me convertí en un borracho. De los amigos de la colonia, dos estaban aún en la secundaria 33 y otro en la 37; el punto es que estaban en secundaria y se iban de pinta casi todos los días, para quedarse en casa de Tomás, ya que su mamá se iba a trabajar y entonces su casa se volvía un cuartel para nosotros, me uní a esas reuniones matutinas de alcohol o de billar. Mis clases se volvieron ausentes casi del todo, mis amigos en el CCH hicieron otro poco, porque las veces que sí acudía a la escuela, nos íbamos a las cantinas del pueblo de los remedios, nos poníamos, por lo general los viernes, tremendas borracheras de esas que uno termina vomitando. No aprobé materia alguna de esos dos primeros semestres. Durante ese primer año, mi corazón se ocupó de Carolina, una chica que sabía reír y sabía ser franca, transparente. Esas eran sus cualidades, su belleza radicaba en ello y no tanto en lo físico. Físicamente, me encantaban sus ojos, su mirada. Pero para ella las cosas no fueron igual, aunque me tenía mucho cariño y aunque llegó a dudar un poco cuando le dije que quería que fuésemos novios, en el fondo su corazón se había fijado en mi amigo el árbol. Él, fue conociéndole también, de modo que descubrió el por qué ella atraía tanto y finalmente, en una práctica de campo que realizó una maestra de “lectura y redacción” a la bella ciudad de Guanajuato, ellos se volvieron novios. Yo, solo los vi un poco con tristeza, aunque también me alegraba por ella, porque estaba, finalmente con alguien que ella quería estar. Mucho tiempo le seguí queriendo, pero las cosas nunca fueron iguales. Para cuándo me fui a Chicago, ella y Sadoth, constituían mis recuerdos sentimentales, mis motivos de cartas escritas en la distancia, y jamás enviadas. Lo triste y curioso del asunto es que años después, cuando los caminos de todos nosotros se vieron alejados, en una de esas reuniones que uno procura para ponerse al tanto de la vida de los amigos y termina por ser una de recuentos y abrazos y alcohol y te quiero un chingo y todos ustedes son mis hermanos, me enteré que ella, Carolina, para cuando yo regresé de Chicago, quiso andar conmigo, pero yo no le hice caso, según contaron. Yo ni me enteré. Además, para entonces, cuando yo regresé, mi corazón había cambiado, mi persona había cambiado, mi forma de ver la vida… había cambiado, por lo que, probablemente, aunque todavía le tenía mucho cariño, ya no hubiera podido ser su pareja. Mi corazón había experimentado el amor, de la mujer que vuela.

Usted, Mariposa, puede formular muchos pensamientos, incluso, puede quizá hasta llegar a emitir algún juicio por las cosas que le contaré. Sin embargo, quiero que sepa, que si le cuento todo esto, no es, sino por la misma razón por la que le he contado todo lo demás… es este, un compendio en el que se tejen los hechos que me han traído aquí, a este instante, por lo que no es de mi interés disfrazar nada, por el contrario, revelar mis verdades. A partir de este momento, quizá, mi historia no parezaca ser tan grata.

En los tres años siguientes a mi primer beso, en el ámbito amoroso, hubo muchos vaivenes. Yo estaba aprendiendo a penas desde lo más mínimo necesario para crear una relación, para mantenerla, para hacerla sólida, por supuesto, todas esas cosas yo las ignoraba, eran cosas que conocía quizá de platicado y no de experiencia. Razón, y no justificante, de haber actuado muchas veces como un estúpido, otras como un ojete, pero la mayoría, como un simple niño. Así fui, días o semanas, de beso en beso, de boca en boca. De Blanca a las cartas quasi cómicas con Nayeli; de Nayeli a los cigarros Benson con halls de Griselda la chango y el drama de llorar por un engaño; de la chango al contacto sexual por encima de la ropa con Aremy, la hermana de una muy querida amiga llamada Kelly, quien por cierto estuvo siempre en desacuerdo con ser mi cuñada; de Aremy a las caminatas por la calle con Alejandra y sus pleitos de que yo no le ponía atención; de la falta de atención al engaño y posterior olvido con Yazmín, quién conocí cuando ella llevaba ya 4 o 5 años enamorada de mi y quien por cierto no me gustó cómo besaba; de los besos envolventes de Yazmín a los rincones con la pequeña Mariela y su faldita de secundaria, además de la insistencia en que dejara de tomar y de fumar; de las restricciones de Mariela de nuevo a las banquetas con Alejandra quien regresó para vengarse; de la venganza a la mamonería de Ana Luisa quien seleccionó a su novio como si fuera un casting, y lo cortó como de pasadita; de los patines de Ana Luisa a las tardes de manita sudada con Itzel, quien estuvo tras la reja de su patio por un castigo que le pusieron, y a quien no pude besar por la misma situación… mi cabeza no cabía entre las rejas. En fin, años curiosos, de descubrir, de aprender. Casi al final, de esos tres años, habíamos cambiado ya, los chicos ya no estábamos tan chicos y las cosas que nos divertían e interesaban ya no eran las mismas. Las reuniones que hacíamos tenían el objetivo de que las chicas se emborracharan junto con nosotros y sus impulsos sexuales afloraran tanto como los nuestros. Claro está, que de ellos, solo Tomás y Jorge el gordo sabían lo que era tener relaciones sexuales. Ni Aristebrio (Aristeo), ni el Scooby (Gabriel) ni yo, conocíamos esos terrenos. Como chicos que éramos, tratábamos de propiciar las cosas. La verdad de todo ello, es que a mi me mataba de terror el asunto, solo pensaba “si me temblaron las rodillas con el primer beso… no quiero ni imaginarme en mi primer relación”.

Aristebrio tenía una amiga de la secundaria en la que él había cursado, él nos platicaba de ella como una chava muy alivianada y “open mind”. Mayra, la amiga, pronto apareció en nuestras reuniones, era la única chica en nuestras borracheras, Mayra y los cuatro. A veces venía con ella una amiga, quien por cierto era hermosa, pero que pronto dejó de visitarnos cuando vio el tipo de cosas que su amiga y nosotros hacíamos. Las primeras veces, eran reuniones que, por mucho llegaban al juego de botella y los besitos; poco a poco fueron los juegos de botella de prenda y posteriormente ya era de casi todo. Aunque por un tiempo guardamos un pequeño espacio de privacidad, la verdad es que en algún momento, todo degeneró a tal grado, que los castigos pasaron a lo sexual propiamente dicho.

Una tarde de esas de alcohol, sucedió. Pero no fue grato, ella estaba perdida de borracha, yo solo un poco. No fue por un castigo del juego, en realidad todos se habían salido excepto ella y yo. Lo recuerdo como algo verdaderamente triste y feo… No sentí nada, no pensé nada, solo sucedió, casi como si no hubiera sucedido, por lo que después de esa tarde, seguí pensando que no sabía lo que era tener relaciones sexuales.

En mi cumpleaños número dieciocho, hice una fiesta en mi casa. Se llenó de gente, acudieron muchas de mis exnoviecitas de esas de días y de semanas. Acudió Mayra igual, esa noche, me dijo que me tenía un regalo… -¿Qué regalo? - Te lo doy allá arriba, en tu cuarto - Esa vez, fue un poco distinto, sentí… algo sentí… no estábamos borrachos por lo menos… aunque a decir verdad, tampoco fue una experiencia muy grata. Tanto, que no volví a experimentar la sexualidad sino hasta unos años más tarde, y eso, por que la vida se fue a una pequeña trinchera en la que la sexualidad se volvió un elemento de vital importancia, vital, en toda la extensión de la palabra… Y aún después de eso, pasó mucho tiempo, para que encontrara un poco del significado de “hacer el amor” .


1 Comments:

At 8:02 PM, Blogger Mihael Keel said...

puedes hacerme un gran favor hermano, podrias cambiar el nombre de tu blog a otro como por ejemplo el relato de una mariposa es que necesito el nombre de tu blog para muy importante , demasiado importante para mi te lo agradeceria mucho

 

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